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Buenas madrugadas. Tremendísimo insomnio.

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Amelia se levantó a la pata coja y se acercó a su novia atrapando sus labios en un beso suave y tierno que llevaba consigo todo el amor que sentía por ella. Se miraron, sé sonrieron y volvieron a besarse sin poder dejar de llorar emocionadas por tenerse la una a la otra. Y entendieron, justo en ese momento, que ellas dos habían nacido para amarse, que estar juntas era su estado natural y que querían gritárselo al mundo entero.

Los primeros meses tras la operación fueron muy duros. Luisita a penas podía levantarse de la cama y obviamente no movía ni un milímetro sus piernas. La rehabilitación tardó en comenzar lo que tardó en sanar del todo la lesión. Ya le habían avisado que el proceso era lento pero nunca pensó que sería tan excesivamente dilatado.

Cuando se operó una parte de ella tenía la esperanza de que en poco tiempo podría, al menos, ponerse en pie con muletas. Sin embargo y al ver la poca o nula evolución que iba teniendo, sus ilusiones y sobre todo sus ganas se diluían como se diluye el azúcar en el café.

Su humor, cada vez más agrio, le recordaba a todos a aquella Luisita tan fría, sería y parca que era antes de conocer a Amelia. Estaba cada día más frustrada que el día anterior y empezaba a pensar que si bien la operación había liberado la médula, ella no volvería a caminar nunca más.

El médico le pedía paciencia. Según él estaban haciendo avances. Las piernas comenzaban poco a poco a tomar algo de musculatura y a reactivar los nervios, a pesar de que las órdenes que mandaba su cerebro aún se perdían en algún momento del proceso y no llegaban a las extremidades.

Por todo ello, Luisita estaba irascible y frustrada. Se mostraba algo huraña, saltaba a la mínima y a penas tenía ganas de salir. Los Gómez, al igual que Amelia, se habían armado de paciencia. Intentaban mostrarse positivos y optimistas. Al principio conseguían, entre todos, que el pesimismo y la negatividad de Luisita quedara en nada y volvieran las ganas de seguir intentándolo. Con el paso de las semanas a penas podían hablar del tema sin acabar discutiendo o sin que la rubia se pusiera a la defensiva.

Amelia salió de la ducha y suspiró al escuchar a Luisita levantar la voz al teléfono. Ese día, como el anterior y el previo a este último, su novia volvía a estar de un humor de perros. Se vistió con ropa cómoda pues estaba claro que ese día tampoco saldrían a dar una vuelta ni a tomar nada a ningún sitio. Salió al salón justo para escuchar los últimos coletazos de la conversación telefónica que mantenía Luisita.

- ¡Pero que pesada eres! ¡Qué te estoy diciendo que no! - decía la rubia con malestar, Amelia pasó por su lado y fue directa a la cocina. Luisita la miró un segundo - Mira, María, de verdad, para esto mejor no me llames - protestó - pues muy bien, lo que tú quieras. Adiós - y colgó el teléfono dejándolo a un lado y yendo también a la cocina - ¿Te pasa algo?

- ¿Le has colgado el teléfono a tu hermana? - le devolvió la pregunta sin mirarla mientras preparaba algo ligero de cena.

- Sí, porque se pone muy pesada y me tiene harta - contestó.

- ¿Qué es lo que ha hecho? - quiso saber.

- Nada, que me ha llamado porque quiere que mañana vaya con ella a mirar vestidos - soltó y Amelia asintió con la cabeza - estoy yo para mirar vestiditos ahora.

- Pues no sé qué hay de malo en eso - contestó la morena cortando algo de queso.

- Lo malo, Amelia, es que ya sabes lo poco que le gusta ir a un centro comercial en la silla - dijo mucho más seria - y lo malo, es que no sé qué mosca le ha picado con el tema de los vestiditos, como si me hiciera falta comprarme alguno.

Step By StepDonde viven las historias. Descúbrelo ahora