Epílogo

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Y dubitativa, despacio, un poco desequilibrada pero firme, Luisita caminó, de la mano de Amelia, hacia el altar donde se dirían que sí a toda una vida juntas.

Epílogo.

Corría por la banda todo lo rápido que sus piernas le permitían. Veía, a su altura, a su contrincante intentando frenar su carrera. Miró a un lateral buscando a quien pasarle el balón pero nadie estaba aún a su altura. Sonrió. Frenó su carrera, hizo un quiebro que la otra jugadora no esperó y se zafó de ella dejándola literalmente sentada ante los vítores y aplausos de los presentes. Reanudó la carrera, logró hacerle un caño a la última defensa y, tras quedarse sola delante de la portería rival, definió el último disparo con una elegancia y una precisión digna de la mejor jugadora del año.

El gol fue cantado y aplaudido entre algarabías. Ella lo celebró como si estuviera celebrando el gol decisivo en la copa del mundo. Después, entre risas, volvió sobre sus pasos y se acercó a quien se quitaba restos de tierra de la equipación.

- ¿Y ese cambio de ritmo? – preguntó al ver que se acercaba - no lo esperaba para nada.

- Jajaja llevo mucho tiempo deseando hacerlo – contestó con suficiencia – y hoy estás más flojilla de lo normal.

- Será porque alguien no me dejó dormir anoche – protestó acercándose a ella con una enorme sonrisa en los labios.

- No te quejabas – rebatió atrapando su cintura.

- Ni me quejaré nunca – contestó besándola con lentitud - ¿Cómo estás? – preguntó Amelia tras el beso.

- Un poco cansada – contestó – está última carrera me ha matado – continuó – pero antes de que me regañes, ha merecido la pena solo por poder hacerte ese regate que te he hecho.

- Debería enfadarme, Luisita– dijo más seria – sabes que no puedes hacer muchos esfuerzos aún, cariño y llevas un día de carreras….

- A ti lo que te enfada es el regate, amor, reconócelo – afirmó con un tono chulesco que hizo reír a su mujer, ella hizo un gesto de dolor.

- ¿Te duele, no?

- Un poquito – dijo poniendo cara de buena.

- Anda, vamos a sentarnos un rato – sugirió abrazándola de la cintura y fueron hacia un costado de aquel campo improvisado – Nacho, María, os toca – les dijo haciendo el cambio.

- ¿Estás bien, hija? – preguntó Manolita.

- Sí, mamá, es solo que me canso rápido aún y me duele la espalda.

- Pues anda, sentaos un poco, os voy a poner unos refrescos – contestó con cariño.

Se acomodaron, muy juntitas, en una de las tumbonas que habían traído. Luisita boca arriba abrió sus brazos donde se acomodó, de lado, una Amelia algo más seria de lo normal.

- Amor, va, quita esa cara – pidió haciendo pucheros – estoy bien, de verdad.

- Bueno, pues por hoy se acabó el fútbol para ti – contestó.

- Amelia….

- Te lo digo en serio, Luisita – dijo mirándola a los ojos dándole a entender así que no habría discusión – sabes que no te puedes forzar y te has forzado y eso que estamos en una pachanga en familia – siguió – y te duele la espalda, es más, llevas ya tres días con dolor de espalda.

- ¿y tú cómo sabes eso? – preguntó sorprendida al saber que su mujer se había dado cuenta.

- Porque te conozco, mi amor – contestó – lo que me enfada es que me lo intentes ocultar.

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