Capítulo 19 - Menos sufrimiento, más orgasmos.

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Nueva York

7 de abril del 2019


Hubiese preferido jamás saber de él, el amor que profesó tener por mí duró menos que un hielo en el desierto del Sahara.

«¡Tiene otra, está con otra!», grita enfurecida mi consciencia.

La minúscula esperanza que mantuve por estos meses y que minutos atrás brotaron de mi boca dentro de los brazos de mi mejor amigo, acaba de ser aniquilada, machada al igual que mi ser.

«No regresará, tiene una nueva vida de la cual hemos sido desterradas».

Persisto sentada en mi sofá sin hablar ni realizar grandes movimientos con mis extremidades, apenas pestañeando y respirando, necesidades fisiológicas básicas para sobrevivir.

«¿Vivir?, ¿queremos vivir?».

Sí, por supuesto que sí, hoy más que nunca.

Esta noche fue un ejemplo de que sí tengo el poder en mis manos de ser feliz ante cualquier desgracia.

¿Acaso no he continuado con mi vida estos meses?, esta nefasta noticia será el impulso que faltaba para terminar de recobrarme.

«¿Para qué nos envió esa puta carta?».

Otro abandono, otro engaño, otra mentira; los noviazgos y las relaciones son materias reprobadas para mí.

Imprimiré mi esfuerzo en áreas en las que soy superior, mi trabajo y mi maestría son los principales puntos en los que debo enfocarme.

—Summer, por favor, háblame, estoy comenzando a asustarme —solicita Alex sentado en el suelo delante de mí; tiene horas analizándome con sus ojos color verde oliva—. Llamaré a tu psicóloga si sigues en ese trance.

—¿Qué rompiste? —pregunto arrugando en una bola las hojas de la carta de Turner.

Confuso, frunce el entrecejo y retrae el rostro.

—¿Es todo lo que dirás después del estado de conmoción en el que estabas?, ¿solo te interesa conocer qué fue lo que partí?

—¿Qué se supone que deba decir? —contraataco indiferente lanzando la bola de papel al rincón derecho de la sala.

—¿Lo que hablaste con Molly?, ¿o explicarme por qué enmudeciste? —cuestiona nervioso.

—Él está bien, vive en Europa y tiene novia —concluyo mordaz.

—¿Él?, ¿hablas de Thomas? —inquiere desconcertado.

Alzándome del sillón, ejecuto pisadas largas y determinantes a la cocina; en el suelo está esparcida por fracciones mi taza de la película Up: una aventura de altura.

—¿Tenías qué dejar caer a Carl y Russell? —reclamo furiosa agachándome.

—Fue un accidente, cariño, deja eso así —menciona acercándose con celeridad.

—¡No! —grito con rabia alzando mi vista a su rostro—. Era una de mis favoritas, ¿por qué tenías que destrozarla?, ¿tanto te costaba ser cuidadoso?, ¿era necesario dañar otra parte de mí, maldita sea?—interrogo recolectando los pedazos más grandes.

—Ven conmigo, más tarde limpiaré.

Arrodillada, acumulo los trozos en mi mano izquierda, desde los voluminosos hasta los pequeños. Acuclillándose a mi lado, empieza a tomar con parsimonia algunas partes sueltas, molestándome en mayor escala.

Lazos de la Gran Manzana ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora