Capítulo 27 - Agridulce.

5.9K 677 582
                                    

Zagreb.

20 de abril del 2019.


Nervioso, froto mis manos contra mis muslos, exhalo una bocanada de aire con el corazón agitado como nunca antes en mi pecho.

Dos horas atrás ingresé por la puerta del aeropuerto acompañado de Alyssa, ella permanece sentada a mi lado, enmudecida. Cambió la fecha de su viaje a Roma para acompañarme en este último trayecto de mi camino.

Por segunda vez resuena la voz femenina metalizada llamando al abordaje del avión que transportará mi ente a mi ciudad natal.

Mis emociones están alborotadas, tengo una mezcla extraña invadiéndome.

—Debes irte, no permitiré que pierdas el vuelo —informa Aly contundente levantándose de su lugar.

—Tampoco es un riesgo que quiera vivir —afirmo alzándome de mi puesto.

Sus ojos empañados por una capa de lágrimas recorren mi rostro, agarro sus manos jugueteando con sus dedos.

—Tienes prohibido olvidarte de mí —asevera forzando sus labios a sonreír.

—Opino lo mismo, prometo que escribiré —aseguro afianzando nuestro apretón.

—Son casi trece horas de vuelo hasta Nueva York, cuando aterrices, allá estarán cerca de las doce del medio día y aquí próximos a las seis de la tarde. Si a las nueve de la noche aún no tengo noticias de ti, iré a buscarte para patearte esas nalgas de futbolista que tienes —farfulla bromeando a pesar de que sus facciones están más cercanas del llanto que de la risa.

—Es un trato, y no llores, por favor, me sentiré culpable.

Desenredando nuestros dedos, agacha su mirada, evadiéndome.

—Es difícil —admite con la voz quebrada.

—Para una guerrera como tú, dudo que lo sea —ánimo tragando mi propio nudo.

—Estoy tan feliz por ti, lograste sanar, superar el dolor que te embargaba. Estoy muy orgullosa de tu aprendizaje durante este tiempo y también estoy emocionada por el paso que estás dando y los tantos que estoy segura darás.

Sin contenerse por más tiempo, con las lágrimas rodando por sus mejillas, abraza mi torso, correspondo rodeándola con mis brazos y aprovecha de ocultar su cabeza entre mi pecho y su abundante cabellera.

Los dos consolamos a nuestros corazones por la separación, otorgándonos apoyo mutuo.

—¿Tienes a mano tus documentos? —pregunta alejando su rostro de mi tórax.

—Tal como me ayudaste a armarlos anoche.

—Eres un idiota, no quería tener más amigos y menos en el otro extremo del país —menciona tratando de ser graciosa apartándose para atrás.

—Lo soy, no eres la primera en decírmelo —afirmo en burla—, gracias por soportarme y confiar en mí cuando ni yo fui capaz de creer en quien era. Tú me has enseñado muchísimo.

Nuevas lágrimas se escurren por sus mejillas, con rapidez limpia los lagrimones usando el dorso de sus manos.

—Cierra la boca que estás sacando mi lado tierno —replica respirando profundo, controlándose.

—Cuando pises Roma, apenas seré un recuerdo borroso, y cuando viajes a Río de Janeiro, te habrás olvidado de mí.

—Aunque quisiera que así ocurriera, sabemos que es falso. Me hubiese encantado verte en tanga bañándote en la playa de Copacabana —desdeña con su característico sentido del humor.

Lazos de la Gran Manzana ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora