Epílogo

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Summer

19 de octubre del 2029


¿De dónde viene ese llanto?

Intento abrir mis párpados, mi cuerpo está pesado, sin querer levantarse de la cama; el llanto se torna más fuerte, agudo y cercano. 

 ¿Quién llora?

Meneo mi cuerpo dentro del acolchado, estiro mi brazo y toco esa piel tibia y suave que ha estado a mi lado en estos últimos diez años.

—Es mi turno, amor, iré por ella —susurra Thomas, junto a mí.

—Tiene hambre —bostezo, abriendo los ojos y alzo mi torso de golpe.

—Sigue durmiendo.

Niego con la cabeza, restriego mi rostro y observo el reloj de mesa al costado derecho; son las 6:33 a.m. es hora de su desayuno.

Thomas desarropa su cuerpo y, poniéndose de pie, bordea nuestra cama. Algunos halos de claridad se asoman a través de la cortina que cubre el gran ventanal.

La puerta de nuestra habitación está entre abierta y la luz del pasillo también se cuela en forma triangular en el interior.

—Espérame, iremos juntos —sugiero, soñolienta.

—Te ayudo —propone, y estira su mano hacia mí.

—Gracias, gatito.

A estás alturas de nuestras vidas, Thomas está más que acostumbrado a su apodo, sin embargo, es nuestro tierno secreto.

Levantándome, tomo su mano y, otro grito llega de la habitación de al lado.

—Despertará a todos —acoto y salimos al pasillo.

—Es igual a ti cuando estás enojada.

Sonrío, otorgándole la razón, deambulamos un par de pasos e ingresamos al reino de: Alma Turner Green; nuestra pequeña, dulce y ruidosa hija. La reina de nuestros corazones.

Thomas enciende la luz y los dibujos de osos pardos nos reciben, haciendo contraste con el color pastel aguamarina de las paredes y el color blanco de los muebles. Nuestra bebé está en su cuna, dando pataletas y a punto de gritar de nuevo. Él se le acerca, y ella, de inmediato, se calma.

—Intentaré darle pecho —manifiesto, y tomo asiento en la silla mecedora.

—El pañal está seco —informa, glorioso.

—Eso es bueno, hace casi tres horas que le hice su cambio.

Thom sonríe, haciéndole mil caras graciosas, manteniéndola entretenida. La envuelve en su manta y, alzándola con ambas manos, la posa en su pecho, acunándola. 

 Alma está en absoluto silencio, hipnotizada por su padre, mientras él camina hacia mi lugar. 

 —Aquí tienes —susurra, colocando a nuestra hija en mis brazos.

—Gracias, encantador de las chicas Green —bromeo en voz baja.

—Iré al baño, vuelvo en cinco minutos.

Afirmo con mi cabeza, sin siquiera observarlo, mi mirada se concentra en la diminuta y redondeada criatura de tez rosada con abundante cabello castaño que tengo entre mis brazos. 

Alma es tan calentita, pura e inofensiva, aunque bastaría uno de sus gritos para dejarte sordo, si no estás habituado. 

—Hola, de nuevo, mi reina, ¿nos extrañabas? 

Lazos de la Gran Manzana ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora