Capítulo 10 - Sangre.

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Endemoniado, corro al lugar donde está Alyssa discutiendo con el cabrón que se atrevió a tocarla.

—Eine schwierige hure —pronuncia en alemán—, para ser una puta eres difícil. ¿Cuánto cobras, nena?

—No es ninguna puta y no volverás a tocarla, bastardo —hablo entre dientes estampando mi puño en su nariz.

El hueso de su tabique cruje bajo mis nudillos, la sangre caliente baña los labios del rubio.

Recuperándose, abalanza su peso empujándome para atrás, mis piernas impactan contra una silla y su puño irrumpe mi boca, el sabor a hierro y sal moja mi lengua y paladar.

—¿Acaso esa negra es tu hembra? —ruge atestándome otro golpe en el rostro.

Un caos de gritos, empujones y personas corriendo se desata a nuestro alrededor, la morena grita mi nombre, pero la ignoro.

Tambaleándome, empleo ambas manos empujando con una gran furia el torso del hijo de puta consiguiendo que caiga al suelo. Subo arriba de él, con mis piernas inmovilizo sus manos y aprieto su cuello, eliminando el paso del oxígeno.

Sus ojos se brotan de sus fauces, desesperado, abre la boca igual que un pez fuera del agua, presiono una vez más con mis pupilas fijas en un su semblante. Después de esto, jamás olvidará mi cara, el cuerpo le tiembla en un último intento inútil de forcejeo, estoy ganando.

—Su nombre es Alyssa y le pedirás perdón, maldito xenofóbico.

Golpeo su cara con toda la rabia que he tenido contenida por meses, primero mi puño derecho y luego el izquierdo, parto sus labios y más sangre brota a la superficie manchándome los dedos y la ropa.

Mis puños colisionan una y otra vez en cada espacio del asqueroso rostro del bastardo racista, con cada golpe desahogo numerosos sentimientos que he guardado; impotencia, ira, odio, rencor.

Mi corazón late a miles de revoluciones por minuto, mis extremidades permanecen invadidas por un vapor caliente y el pulso en mi cuello palpita con sed de venganza.

¿Cómo es posible que un ser tan despreciable como este goce de salud y un hombre justo como mi padre tuvo que morir?

—La vida es una mierda, ¿verdad?, hoy te salió mal tu juego de abusador, esto es lo que mereces, basura. Eres un inmundo hijo de perra que no debería estar vivo —manifiesto y escupo su cara.

—¡Politie, politie! —avisan en neerlandés voces femeninas.

Unas manos tiran de mi chaqueta para atrás.

—Thomas, enloqueciste, es suficiente, suelta a ese mal nacido y vámonos que está llegando la policía —reclama alarmada Alyssa.

—Joven Turner, deténgase —suplica el señor Jenkin acelerado agarrándome de los hombros—. No les dará tiempo de salir, suban al tercer piso y escóndanse en los camerinos de las chicas.

Reacciono con el sonido de las sirenas policiales que están cada segundo más cerca, levanto mi cuerpo y le propino una patada en las bolas al alemán, gruñe sin fuerzas, ahogándose en su propia sangre.

—Basta —demanda la morena agarrándome del codo.

Halándome en dirección a las escaleras, subimos apresurados dejando detrás el desastroso salón del prostíbulo.

Pisamos el tercer piso con las respiraciones arrítmicas, en la primera puerta que encontramos sin seguro ingresamos.

Mal humorado, pateo pares de zapatos y almohadones que están regados por el camerino. Debí desfigurarlo, torturarlo, hacerlo sufrir, quién sabe de cuantas chicas se habrá aprovechado ese cabrón.

Lazos de la Gran Manzana ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora