Capítulo 30 - Lazos de la Gran Manzana

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Summer


Frustrada, comienzo a subir con pesadez las escaleras de mi edificio.

Debía realizar las fotografías el día de hoy para finalizar con el contenido del proyecto e iniciar con el armado de la exposición.

Estoy contra reloj y detesto trabajar apresurada, aunque la presión tiene un efecto positivo en mi perfeccionismo.

Mañana también atardecerá, será otra oportunidad para obtener las tomas que deseo y Alex estará de regreso en la ciudad, si tengo suerte, lograré convencerlo de acompañarme; como tengo que ir por él al aeropuerto, utilizaré el largo recorrido hasta aquí para persuadirlo.

Desenrollo la cámara de mi cuello, la enciendo y mientras continúo rumbo a mi piso, chequeo una por una las fotos distrayéndome por varios minutos.

Completo el trayecto, y en efecto, ninguna fotografía es de mi agrado, debo esforzarme más y asistir en un horario más acorde.

Adentrándome al pasillo, comienzo a modificar la configuración de mi Canon.

—Summer —manifiesta una voz enronquecida que cada célula de mi organismo registra.

Los poros de mi piel se erizan y el corazón se acelera en mi pecho, la saliva se esfuma de mi boca y, en automático, las manos y el cuello empiezan a sudarme.

Mis oídos reproducen un pitido agudo que se torna lejano, las piernas y mis pies se congelan, paralizándome en el sitio.

«Ese llamado no es verdadero, estamos soñando despiertas».

—Summer —repite la misma voz ronca y la cámara se resbala de mis manos chocando con el suelo.

Despacio, elevo la mirada en dirección a mi departamento topándome con unas Converse verdes, asciendo un tramo más, encontrando unas largas piernas cubiertas con un jean desgastado, subo otro trecho y, ahí está él, vestido con un suéter negro de capucha con letras blancas que dicen: Linkin Park.

—¿Estás bien? —pregunta el fantasma acercándose a mi puesto.

Perpleja, pestañeo reiteradas veces sin modular frases, mis neuronas están agitadas nadando en un mar de incógnitas.

—Se cayó tu cámara —menciona agachándose, recoge la Canon y alza su torso extendiéndola hacia mí.

—¿Eres tú? —susurro estupefacta admirando el perfil con grandes ojeras que esboza media sonrisa y que está escudriñándome con esos relucientes ojos ámbares.

—Sí y no, soy una versión renovada —explica con precaución contrayendo el rostro.

—Eres tú, Thomas —afirmo incrédula.

Estoy al borde de gritar, si bien, es cierto que es él, su aura posee unas vibras diferentes al Thomas de meses atrás.

Sonrío con una punzada de felicidad en el pecho, acorto la mínima distancia que genera su brazo extendido, palpo con mis dedos la piel de la mano que sostiene mi cámara.

Agarro sus brazos comprobando que es de carne y hueso, mi sonrisa se ensancha tironeando de mis mejillas, mi mirada se empaña y empujo las lágrimas al interior.

Los dos conservamos silencio y, sin perderlo de vista, coloco mis manos en su rostro, detallo tanto con mis ojos como con mi tacto su piel; es suave y tibia como la primera vez que tuve la delicia de tocarla.

Lazos de la Gran Manzana ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora