Capítulo 50 - Cambios.

1.7K 190 40
                                    

Summer

Lavo mis manos por tercera vez en el baño de la habitación de Oly, estoy haciendo tiempo para evitar toparme con Thomas y esa chica.

Duele.

Duele verlo en brazos de otra persona.

Debí inventar una excusa y faltar.

Respiro con todas las fuerzas de mi ser, cierro mis ojos unos segundos y expulso el aire.

El dolor sigue igual de latente en mi pecho y en mi estómago.

«Sabías que él estaría aquí. Sabías que ella seguía en Nueva York», repite mi cabeza.

—¿Su, estás ahí? —pregunta Thom a través de la puerta.

—¡Sí!

«No me digas "Su", que duele más».

—¿Estás bien?

—¡Sí!

«Por favor, vete».

—Te noté extraña, ni siquiera me dejaste terminar de hablar.

—Tenía muchas ganas de hacer pis.

—¿Segura que solo fue eso?

—El baño de abajo estaba ocupado y por eso tuve que subir.

—Podrías salir, la puerta del baño no es tan linda como tú.

«¿Cómo es capaz de arrojarme esa frase?».

Sus palabras se clavan como un puñal en mi corazón.

—Te esperaré aquí, así den las doce de la noche y empiecen a cantarle cumpleaños a Oly —advierte, gracioso.

Tenía tantas ganas de saber de él en persona y, pese a que, el regalo que dejó para mí donde Joe fue lindo, esperaba que nuestro encuentro esta noche fuese distinto.

La nota la he releído múltiples veces y, quizás, se refería a esto, le puso fin a nuestra posibilidad como Thomas y Summer.

Calmando mi ráfaga de pensamientos, despacio, abro la puerta del baño; como dijo, está sentado en la orilla de la cama de su hermana menor.

—Hola —manifiesta, con una hermosa sonrisa en su rostro.

—Hace menos de diez minutos nos saludamos.

—Es imposible llamar saludo a eso que pasó en el pasillo.

—Cierto, lamento haberte interrumpido.

Nerviosa, uno mis labios hacia dentro de mi boca, giro sobre mis talones y cierro la puerta del baño.

—¿De qué hablas?

—Estabas con tu... la chica... amiga —balbuceo, girando para mirarlo.

Thomas se carcajea y deja caer las palmas de sus manos para atrás, apoyándolas arriba del colchón. El calor invade mis orejas y mejillas ante su risa descarada.

—¿Tengo cara de payasa? ¿De qué te ríes? —interrogo, con el enojo incrementándose.

—¡No! Obvio, que no.

—¿Entonces?

Cruzo los brazos en mi pecho y frunzo los labios, Thomas levanta su torso y cambia la risa por una expresión de más seriedad.

—Es que no entiendo qué te pasa. ¿De la nada te molestarás conmigo?

—¿De la nada? —dejo escapar con ironía.

Lazos de la Gran Manzana ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora