Cuento 1: El asesino.

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Era tarde por la tarde y a David se le hacía aún más tarde para llegar a su trabajo de velador. Había sido una semana difícil, como todas, pero esta era como ninguna, su madre, una mujer de 56 años había sido brutalmente asesinada en su apartamento hacía un par de días. La policía la encontró en el baño, apoyada del tocador, con 3 puñaladas en la espalda, una cuerda de color azul en el cuello y un gran golpe en la cabeza lleno de sangre. Los doctores determinaron que murió estrangulada, el asesino irrumpió a su apartamento mientras ella estaba en el baño, tomó un cajón de la cocina y le asestó un fuerte golpe en la cabeza, sin embargo, esto no fue suficiente para acabar con la mujer, por lo que después tuvo que darle 3 puñaladas con unas tijeras que estaban en el tocador. Sus intentos no rindieron muchos frutos, dado que no hicieron daño más que cosmético, fue cuando el asesino tomó una cuerda de la que pendían varios rollos de papel con fines decorativos, le bajó los pantalones casi por debajo de los glúteos, había intentado abusar de ella, pero algo lo ahuyentó y se dio a la fuga, un par de vecinas lo vieron huir y llamaron a la policía para investigar lo ocurrido. El funeral había sido difícil y solitario.

Eran las 7:53 y todavía no iba ni a medio camino, la calle estaba atiborrada de gente y olores extraños.  Gente hablando por teléfono y otros hablando entre ellos, hombres cansados saliendo del trabajo, adolescentes saliendo del turno vespertino, jóvenes de su edad saliendo en busca de aventuras nocturnas y niños corriendo en el parque, llorando o jugando, pero siempre acompañados de... Siempre acompañados de su madre.

No se dio cuenta cuando las lagrimas comenzaron a derramarse de sus ojos y un fuerte dolor le golpeó el pecho. Amaba demasiado a su madre y la echaría de menos, lo cuál resulta obvio. Continuó su camino entre lagrimas y silenciosos quejidos, se mordía la mano para no alertar a la gente de la pena que le acongojaba, aunque las lagrimas y su cara enrojecida resaltaba entre la multitud. Pasaba las calles con moderada velocidad, llevaba 3 minutos de retraso y aún le faltaban un par de minutos para llegar. Pensaba mientras caminaba, pensaba sobre lo injusta que era la vida arrebatando lo más amado para unos y dejando a un loco actuar con total impunidad -¿Qué clase de Dios o autoridad moral permite que una mujer tan buena muera de una manera tan horrible?- La respuesta era clara: un Dios inexistente.

De pronto, sintió un golpe en el hombro, se había tropezado con un hombre al caminar, el hombre pasó de largo y David no quiso problemas, por lo que no hizo esbozo de queja. 

8:07. La noche había por fin vencido al día y el tiempo otra vez estaba en contra de David, su tarjeta no pasaba por el checador y si su retraso excedía los 10 minutos se le descontaría de su nómina. A veces a Dios le gusta matar a nuestros seres queridos a cambio de pequeños milagros, su hora de llegada marcaba las 8:09 y podía tener un pequeño respiro. 

La media noche estaba cerca y los pensamientos de David se hallaban en un metrónomo entre el suicidio y la venganza. La sangre le hervía, más no lo suficiente para evaporar sus lagrimas. Necesitaba coraje, ya sea para hallar al hombre que había asesinado a su madre o para colgarse del elevador de la plaza donde trabajaba y acompañar a su madre en destino e infierno, coraje que él no tenía, era un niño hecho hombre a la mala. Después de algunas cervezas introducidas de forma clandestina, un par de cigarrillos y algunas patadas un cesto de aluminio, todo cobró sentido. El hombre con el que había tropezado antes de llegar al trabajo, coincidía con el perfil que sus vecinas habían proporcionado del asesino de su madre: un hombre delgado, pelo rojizo y muy poco bello facial, pero sin duda alguna, lo que más recordaba eran sus ojos, rojos, llenos de ira y maldad, como ver al diablo a los ojos en sueños, para los que lo hemos soñado.

Su turno terminó y al relevo sus compañeros le dieron un sobre con 2500 dólares que llevaba rotulado "De parte de toda la familia St. James, lamentamos mucho tu perdida David.". Le dieron abrazos vacíos, llenos de falsedad e indiferencia y, aunque hubiesen sido sinceros, ninguno de esos abrazos le devolvería a su madre. Agradeció el gesto y se fue a su casa, cabizbajo y desganado. Se tumbó en su cama y durmió hasta que el sol de la tarde le dio de lleno en la cara. Se bañó y alistó para ir a trabajar, un poco más temprano de lo normal, salió de su casa a las siete y veinticuatro  y se desvió del camino rumbo a un suburbio en el que vivía un viejo amigo del colegio. Dereck, un joven afroamericano que había esquivado más balas de lo que se es creíble, era parte de una de esas pandillas que salen en las noticias por su alto número de elementos y su peligrosidad. David entró al sótano de Dereck, Dereck le dio el pésame. Normalmente cuando muere tu madre, ninguno de tus amigos se entera hasta que se lo dices tú mismo, sin embargo, los asesinatos en este país son algo tan estremecedor que las noticias hacen tanto eco como les es posible.

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