Cuento 9: Satanás.

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Volteaba constantemente a la puerta del baño, vigilando que nadie entrara.
Metía sus dedos una y otra vez en aquel húmedo sitio. Ella estaba muy excitada.
Eran las 11:53 de la mañana en el colegio Alexander Fleming y Verónica estaba sumergida en el mayor de los éxtasis. Había decidido que la clase de matemáticas no era tan importante, por lo que tomó la decisión de saciar sus más bajos impulsos en el baño.
Algunos gemidos salían de la boca de la joven y la mano de su acompañante la silenciaba para no llamar de más la atención.
Su cuerpo comenzaba a sudar; parte por el calor, parte por el placer y parte por los nervios de ser descubierta. Siempre había tenido miedo de ser descubierta en sus aventuras, pero esta vez era diferente. El director, el señor Dámaso, estaba enterado de lo que ella había estado haciendo los últimos meses. Lo permitió en principio. Pero esta vez, estaba dispuesto a echarla de la escuela si sabía que uno de estos incidentes se volvía a repetir.

Verónica se mordía los labios, estaba sumida en una excitación sin precedentes. Esta era sin duda alguna, la mejor de sus aventuras. Estaba consciente que era la más peligrosa de todas. Cosa que, de algún modo, hizo que se excitara aún más.
Verónica comenzó a gemir de una forma un poco más elevada de lo normal. Empezaba a rozar el cinismo. Los decibeles de su voz aumentaron a la vez que se agudizaba su sonido. Rasguñó la espalda de quién tanto placer le estaba brindando. Un pequeño quejido, acompañado de una mueca, la hizo encenderse aún más.

Los dedos comenzaron a ir cada vez más profundo, cade vez más rápido y cada vez, más violento. Las uñas de sus dedos comenzaron a desgarrar un poco, pero eso a ella poco le importó, estaba totalmente extasiada.
Cuando le vio la cara, le dio la vuelta y comenzó a darle pequeñas nalgadas, le jaló el caballo y le confió al oído indecencias.

-Te has portado mal. Has sido muy mala. ¿Me oyes? -

Verónica sonrió y se relamió los labios nuevamente.

Mientras tanto, en la oficina del director, el señor Dámaso reflexionaba sobre lo que debía hacer con Verónica. No sabía si todo lo que había estado escuchando de los alumnos y los padres de familia era verdad. No quería creerlo, en el fondo él quería creer que todo eran exageraciones y, que el espíritu de la lujuria jamás había tocado el alma de Verónica.

Verónica, era por mucho, la consentida del señor director. Era la típica chica a la que todos elogiaban en las juntas de padres y de fin de mes. Tenía las notas y los exámenes más altos de toda la escuela. Destacaba por su pulcritud y por su disciplina, además de que poseía una inteligencia como la que muy pocas veces se ven por estos lados del mundo. Era aplaudida a partes iguales por padres de familia, maestros y alumnos.
El señor Dámaso, cortó las barreras de autoridad que pudiera haber entre ellos.

-Háblame de tú, te lo suplico. -Le dijo en una ocasión.

Mientras tanto, en el baño de damas, Verónica seguía traicionando la confianza que Dámaso había depositado en ella.
Se había animado a probar el sexo oral. Comenzó ella. Era nueva en esto, no sabía cómo hacerlo. Terminó pronto pues se sentía incómoda, pero eso no apagó para nada su apetito. Se puso en posición para esta vez, ser ella quién lo recibiera. Dio instrucciones precisas de qué zonas debían ser tocadas para que ella pudiera disfrutarlo al máximo.
Lo estaba haciendo bien, bastante bien en realidad.

Verónica no podía contenerse más. Se aferraba a las divisiones de los retretes mientras gemía y profería toda clase de sacrilegios en voz moduladamente baja. Su lengua y saliva habían acabado por roer la capa de labial que rojo que solía ponerse todas las mañanas, el rojo terminó contaminando el blanco de sus dientes y la punta de los dedos de su mano derecha, que metía una y otra vez a su boca, como si quisiera preservar la esencia de ese momento en el calor de sus mejillas.

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