Cuento 8: El niño que no podía llorar.

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Gabriel era el hijo único de un joven matrimonio. Padre alcohólico y madre codependiente, la perfecta combinación. El padre de Gabriel, Andrés, era todo un macho, un hombre convencido de que las mujeres servían para cocinar, coger y callar, que el amor y las "crianzas responsables", como le llamaban los que él tildaba de débiles, eran simples y llanos llantos de hombres asustadizos incapaces de resolver verdaderos problemas. Estaba convencido de que el llanto, el miedo, la debilidad y los amaneramientos que este siglo había traído a los jóvenes, los estaba volviendo homosexuales, mariquitas, gente que no contenía valía alguna.

Volvía a las tantas horas de la madrugada, volvía cegado por el alcohol, cegado por el enojo y odio que se tenía a sí mismo y él no lo sabía. La madre de Gabriel, Martha, tenía que atenderlo en todo. Si él le pedía que bailara, ella bailaba. Si le pedía comer algo imposible de preparar, ella debía prepararlo. Si le pedía cama, cama había de haber, aunque ella no quisiera. Debía querer.
Si ella llegaba a negarle uno solo de sus caprichos, aquel hombre de 1 metro y noventa y dos centímetros de altura cuyo oficio era la construcción, descargaría toda la furia que los capataces, el transporte, los hombres que ganaban más que él y su padre, habían inoculado en su corazón. A veces, Martha cumplía todas y cada una de las comandas que su maltratador le pedía y que él llamaba "obligaciones de mujer" o "responsabilidades del hogar" y aun así, terminaba pagando el precio de seguir con él.

Ella solía recordar el día en que lo conoció, solía llorar recordando al bondadoso hombre que, con una cerveza en la mano, le dijo que tenía carencias afectivas, pero que haría todo para poder estar con ella. Solía recordar al dulce hombre que trabajaba de 8 de la mañana a las 4 de la tarde, que la iba a visitar al café donde trabajaba y le hacía cumplidos sobre su cabello. Solía recordar al frágil hombre que le confió sus secretos, sueños y esperanzas. 

-No puedo llorar, nunca he llorado.
-Eres un pobre niño que no puede llorar.

Le decía mientras le pellizcaba la mejilla y posteriormente jugaba con su cabello. Él la besaba y ambos se sentían plenos.
Aunque él tenía un problema con la bebida y para manejar su temperamento, a ella parecía no importarle en lo más mínimo. 

Ella era joven y creyó que podría cambiarlo, creyó que el hombre solo requería un poco de amor para poder ser una mejor persona. Lo veía en sus ojos y encontraba en él los ojos de un niño, los ojos que te piden que los ames, esos ojos que nunca se sintieron amados.
Ella lo aceptó casi en seguida, le abrió las puertas de su vida y quiso hacerlo el hombre más feliz del mundo, quiso sacarlo del lugar de dónde lo había encontrado.
Puso su mayor esfuerzo en enseñarle a aquel hombre lo que era el amor. Ella lo amaba con locura y él parecía amarla con la misma intensidad. 
Era un hombre amoroso, trabajador y algo atractivo, pero solía meterse demasiado en problemas.

No tenía los estudios básicos completos, desde los 15 años de edad se encargó de sostenerse con trabajos de albañilería y electricidad. Cuando tenía 18, conoció a una chica de 16 que le cautivó el alma. Él comenzó a seducirla y a ella le encantó la idea, le encantó la idea porque ninguno de los 2 conocía el monstruo que vivía adentro de aquel hombre.

Ella quería estudiar. Quería ser abogada y que su apellido de soltera apareciera en alguna firma, tal vez hasta en algún anuncio de la TV. Sus padres apoyaban esa visión.
Andrés, completamente enamorado, le pidió a los padres de Martha su mano. Ellos se la dieron, pero él no pudo pagarla.
Andrés, muy a su pesar, era un hombre de un estrato social bastante bajo, nunca conoció los lujos, la comodidad y duramente, las 3 comidas. Cuando se hizo el desglose de cuánto debía pagar para casarse con la mujer que el nombró el amor de su vida, se ofuscó por primera vez.

Él quería boda y ella también. Ella lo entendió. Él se sintió insuficiente, incapaz de darle algo digno a la mujer que él amaba. Todo se quedó en unión libre.

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