Cuento 5: Ayleen

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A Eduardo le dolía la cabeza y no quería seguir discutiendo.

Eran las 11:45 de la noche y Eduardo perdía cada vez más la paciencia. Su mujer estaba justo enfrente de él y su cena estaba fría, como de costumbre. Estaba comenzando a perder su postura tan fría que le caracterizaba. Dudaba una vez más si había elegido correctamente a la mujer con la que compartía mesa, cama, casa y espacio. Se dejaba morder por la duda nuevamente, se atormentaba internamente si había tomado las mejores decisiones. Otro día en el que detestaba haber terminado a todas sus exparejas y decidir que Ayleen era la mujer con la que quería estar.

Ayleen, esa joven a la que conoció hace muy poco, era todo lo que había soñado. Era la mujer perfecta. Era el pináculo de sus fantasías. Era todo aquello que los hombres definen por bello. Era su Sybil, era su Julieta, era su Eva, su Afrodita, su Hera, su Atenea, su Hestia.
Esa mujer lo tenía todo.
Tenía una sonrisa perfecta, reluciente, blanca como las perlas, digna de un comercial de pasta dental. Su cabello era hermoso, pelirrojo, lacio, sedoso, le llegaba hasta la mitad de la espalda en 3 caídas diferentes, 2 laterales (las cuales, hacían relucir sus afinados rasgos, haciéndola una mujer como ninguna otra) y una trasera. Sus ojos azules y curiosamente enfermos, que guardaban en sí el secreto de la felicidad, eran 2 cuencas de turquesa con un trozo de obsidiana y destellos de jade en su centro. Sus labios eran rosados y finos, aunque con la suficiente carne para volver de un beso algo que todos quisiéramos repetir al menos, cinco mil veces más. Su piel blanca, juraría que cada día más blanca, que recordaba a la porcelana, al mármol o al marfil. Sus delineadas cejas y pestañas onduladas, apuntando al cielo, en forma de amenaza, como para su belleza retar. Las pecas en su rostro, que él, hasta ese día, las había contado todas, y a todas les había marcado un beso. Juraría que por cada beso, le salía una peca más. Sus delgadas y delicadas manos, que siempre estaban desprovistas de acrílicos o cualquier tipo de embellecedor que no fuera una sutil manicura. Poseía un cuerpo divino, escultural, perfecto. Un cuerpo digno de revista, y de ser visto. Sus senos eran blancos, igual que el resto de su ser, su forma era simplemente perfecta, tenía la proporción, tamaño, forma y caída adecuada. Solo muy pocos habían tenido el privilegio de verlos, y el cirujano no era uno de ellos. Tenía una cintura perfecta. Perfecta. Es la única palabra para describirla. La sensualidad que su cintura desdeñaba no le fue suficiente, por lo que adornó su ombligo con un piercing y la hizo aún más sensual de lo que era. Justo debajo, una pequeña cicatriz de una operación reciente. Su torso, era la prueba de la lujuria en la tierra y el hombre estaba condenado a perderse de estos dotes, porque le pertenecían a Eduardo. Estaba dotada de unas caderas y un trasero como pocos los hay en el mundo. No eran los más grandes. No eran los que uno esperaría ver en un bar de estrípers o en alguna revista para caballeros, pero eran sin duda hermosos y tenían algo que le encantaba a Eduardo. La voz de Ayleen era cálida, dulce, era una maravillosa cantante. Tenía una voz, que te hacía estremecerte del encanto, uno no podía escucharla hablar sin quedar cautivado ante el timbre de su voz. Además, sus palabras eran exactas. Cuando había tenido un mal día, decía justo lo que él necesitaba escuchar. Tenía frases para toda ocasión. Acompañadas casi siempre de un abrazo y un beso. Gemía como solo un ángel, o solo un súcubo podría hacerlo. El sexo era fantástico, solo él podía saberlo, solo él había estado con ella. Y su actitud, era la de una chica reservada, tímida, bastante sumisa y callada, no hablaba si él no quería, no miraba hacia donde él no lo indicara, no protestaba, nunca interrumpía y no celaba a Eduardo.
Amaba todo de ella, pero fue justo su actitud, lo que hizo que Eduardo se diera cuenta que no estaba bien.

-Tuve un mal día, ¿sabes? -Le buscó los ojos, mientras bebía vino. -Sí, lo sé, sé lo que dirás. Ahórratelo.

La mirada perdida de Ayleen y un silencio absoluto bajo sus labios hizo que Eduardo se enfadara aún más.

-Y solo te quedas ahí, sin más. Sin verme, sin oírme, sin decirme nada. Claro, nada nuevo desde hace tiempo.

Ayleen no respondió. Eduardo perdió la cabeza. Arrojó el plato de comida contra la pared y este se desintegró al instante, manchando toda la habitación de salsa, fideos y fragmentos de porcelana.
Ayleen permaneció inmóvil, sin sostenerle la mirada a Eduardo y sin tener la más mínima expresión importancia.
Eduardo rompió a llorar.

-Ya ni siquiera me miras, no me besas como antes, cuando gimes en la cama, el sonido no es auténtico. Ya no tomas mi mano, los paseos en el auto son cada vez más escasos. No hemos tenido una cita en público. No hay fotos nuestras en redes sociales. No conoces a mis amigos. Eres fría, distante, eres una completa farsa, Ayleen.

Ayleen agachó la cabeza y se recargó contra la pared, el cabello ocultó sus ojos y el silenció reinó en la habitación durante algunos minutos.

-La cosa es, que no me amas, Ayleen, y yo tampoco te amo. Creí que sí, creí que te amaba, creí que te amaría por siempre, pero ahora veo que nunca te amé.

Los 2 permanecieron en silencio, él se arrodilló ante ella.

-Lamento mucho todo esto, me dejé llevar por la imagen, creí que serías todo lo que... todo lo que ellas fueron. Fui muy ingenuo. Creí que porque tenías la misma sonrisa y rostro de Aurora, los ojos Esther, el cabello de Esmeralda, los bustos y cintura de Yariela y trasero de Nicole, creí que serías igual que ellas. Todo esto fue un sin sentido. Fue mi culpa el querer remplazarlas contigo. Fui un imbécil al haber jugado así contigo, porque, aunque tu voz sea la de Lorena y me hables justo igual que Lorena y me digas exactamente lo que Lorena me decía, tú no eres Lorena. No lo eres. No eres Aurora, ni Yariela, ni Lorena, o Esmeralda, o Esther y mucho menos Nicole. Simplemente, no eres ellas, y este fue un gran error de mi parte. Perdón por condenarte a estar conmigo, aun cuando muy en el fondo sabía que ninguno podría amar al otro. No te lo merecías.

Por primera vez, en mucho tiempo, Eduardo se veía interrumpido.

-No hagas esto más difícil, solo, date la media vuelta y no digas nada más.

Eduardo obedeció.

El jefe de policía del condado de Rockmasters le apuntaba a la cabeza y mientras Eduardo se ponía de rodillas con las manos alzadas. Los agentes irrumpieron la casa y un nuevo caso en Rockmasters había sido resuelto. un hombre había comprado, semanas atrás, varios litros de miel, cordeles para la pesca, 5 caseteras y varios cassettes limpios en una tienda de antigüedades, agujas quirúrgicas, una engrapadora industrial, varias grapas y algunas herramientas como serruchos y cuchillos de carnicero. Su facturación por concepto de energía eléctrica se fue a los cielos, como si estuviera usando algún tipo de refrigerador industrial.
6 jóvenes hermosas habían desaparecido y aparentaban no tener nada en común, más que todas tenían al menos una foto con un extraño sujeto.
Finalmente, el olor a carne podrida y los gritos alertaron a los vecinos, que llamaron a la policía y estos encontraron a Eduardo. Un asesino en serie, que había asesinado a sus 6 exnovias y habría conservado sus cadáveres para hacer una quimera, de lo que él llamaba, la novia perfecta.

La autopsia determinó que las partes de su cuerpo fueron cortadas y unidas de forma rudimentaria. Se vació su cavidad intestinal con la finalidad de retardar la descomposición, proceso bastante exitoso, ya que el protocádaver tenía casi un mes de existencia. Se había maquillado para embellecerlo, se le colocó una película de celofán a los ojos con el objetivo de conservarlos. Se llenaron sus cavidades con miel para lubricarlas y mantenerlas con cierto grado de esterilidad. Se le ingresó 5 caseteras en su interior, con diferentes temáticas, todas contenían grabaciones de voz de Lorena, la última novia de Eduardo, el cual, manipulaba lo que quería oír con sus dedos clavados en el abdomen de la moderna Pandora. El hombre fue sentenciado a muerte, y el periódico local extendió un obituario a las 6 víctimas del sociópata.

A la memoria de nuestras hermanas en Cristo. Que en paz descansen las almas de:

Aurora Saenz.
Yariela Flor.
Lorena Rodriguez.
Esmeralda Gluecks.
Esther Petit.
Nicole Bones.

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