Cuento 3: La cena.

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La alarma de las 6:23 me advertía que ya estaba listo el pato. No encontré los guantes por ningún lado, últimamente pierdo las cosas muy seguido. Tuve que sacar al pato del horno con un par de trapos húmedos que me improvisé para no quemarme las manos.
Los vegetales estaban casi listos, solo un par de minutos más al vapor y podrían ser servidos.
Las papas ya habían sido servidas, la pasta yacía ya sobre la mesa, los panes envueltos en un paño esperando a ser devorados uno a uno por los invitados. Un par de litros de agua de frutas de mi elección y, para aflojar las lenguas y permitirnos profundizar con mis invitados, uno de los vinos que se ofreció en la boda de mis padres.

La mesa estaba lista, solo faltaba que mis invitados llegaran.

El timbre sonó. El primer invitado estaba detrás de la puerta.
Era la primera vez que venía a mi casa, he de admitir que estaba algo nervioso de tenerlo en la mesa, pero no dejé que eso me congelara.
-Adelante, señor Gates.-Lo invité a pasar.
Sacudió sus zapatos en la alfombra. No pude evitar notar que estaban muy bien cuidados. No eran de una marca costosa o de diseñador, pero estaban impecables.
-¿Cómo te trata la vida, Richard?
-Bien, señor, bien.
-Pues no me lo pareció cuando recibí tu invitación.-Dijo con un cierto gesto de preocupación ajena.

Hice silencio y suspiré, no sabía qué decir y abordar el tema tan temprano en la velada sería un suicido.
Por fortuna, justo en ese momento el timbre sonó y pude evadir la conversación con el señor Gates.
-¡Oscar, viejo amigo! Que gusto verte.
-¡Cuánto tiempo eh, Ricardo!
Me alegró mucho la noche  ver a Oscar, lo conocía desde mi niñez y fue como tener un suspiro después de tanto tiempo de tormento constante. Le presenté a Oscar al señor Gates y les di una breve introducción el uno al otro.
-No eres mi favorito, pero admiro tu trabajo.-Dijo el señor Gates.
-Pues nunca oí hablar de usted, pero por lo que me cuenta Ricardo, usted ha hecho grandes cosas.

El silencio se hizo entre los 2, pude ver la incomodidad en sus rostros y en el caso del señor Gates, algo de molestia, me arrepentí de haber presentado a 2 personas con el ego tan alto sin pensar en las consecuencias de la interacción.
El timbre volvió a sonar y con ello volvió a salvar otro momento incómodo.

-Oh por Dios, señor Maxim...

-Llámame Max, por favor.-Me interrumpió.

-Max, sí vino. No creí que fuera a venir. Es un honor tenerlo en mi casa. Su casa.

Oscar y el Señor Gates eran sin duda personas formidables, pero al entrar en la habitación, no cupo la menor duda de quién era el hombre entre los hombres. 
Max, nos ganaba en estatura, porte, elegancia, parsimonia y aunque algo egocéntrico, también nos ganaba en valores.
Su sola presencia avasalló por completo nuestra existencia en la habitación, éramos simples mortales al lado de un rey, a lado de un líder, pero sobre todo, de un ser humano.

-Pueden seguir charlando, no muerdo.-Dijo con una sonrisa.

Uno a uno, fueron llegando mis invitados.

Michael, Daniel, Carlos, Agustín, Nikola, Margaret, Alejandro, Carl, Alan y hasta otro Oscar, bueno, más propiamente, Oskar.

Uno a uno se fueron sentando en la mesa, muy juntos, pero no revueltos.
Llegó tanta gente que en un punto me resultó imposible realizar comparaciones de ninguna índole entre ellos.

La puerta no permanecía abierta más de 2 minutos antes de que alguien más tocara la puerta.
Cuando faltaba un cuarto para las 9, aún faltaban un par de invitados. Sin embargo, algunos invitados ya habían comenzado a comer, dado a que de todos modos, la cena ya estaba fría. Terrible error mío de organización.

La puerta sonó 2 minutos antes de las 9 y fui a atender. El último invitado hizo que los ojos del señor Gates casi se le salieran de sus cuencas. Nadie podía creer quién estaba detrás de la puerta. Incluso yo me cuestionaba el porqué lo había invitado. No porque fuera mala idea o porque tuviera una aversión especial hacia su persona, sino, porqué no tenía muy claro si él entendía mi situación. El invitado del que hablamos, es el hombre más rico del mundo, el magnate, el genio, la figura, el mito, la leyenda. El hombre era Elon Musk.
Se sentó, sin saludar a nadie e hizo una seña indicando  que estaba listo para escuchar lo que tuviera para decirle.

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