CAPITULO VII

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La luz del sol aun tocaba las superficies de aquellas tierras. Faltaba poco para que la bruma nocturna empezara a engullir hasta el último destello que surcaba los cielos de las Highlands y, para aquel entonces, la tensión empezaba a apoderarse de todos los que ocupaban el castillo. A tal punto, de ser casi palpable en el ambiente que les envolvía.

Luego de la tormenta causada por la situación de la joven Daviana, el silencio había colmado cada rincón de este, encontrándose tan sereno que podría infundir terror en cualquiera que recorriere a solas sus espacios. De vez en cuando, solo se podían percibir los pequeños susurros comedidos de quienes presenciaron el actuar de su Laird, mismos que con el pasar del tiempo dieron inicio a las especulaciones.

Casi se podían escuchar los engranajes de las mentes, tanto de guerreros como criados, mientras trataban de dar sentido a todo el alboroto pasado que, a pesar de estar en completa calma en aquel momento, seguía desarrollándose escaleras arriba.

Todos esperaban expectantes, comiendo ansias por saber con lujos y detalles, por qué Gustaf había cargado en brazos a una joven criada hasta sus aposentos.

Mientras esto sucedía, el enorme Highlander se encontraba ansioso por el despertar de la joven, sin imaginar la avalancha de suposiciones que empezaban a inundar cada rincón de aquella fortaleza.

Tal como se había propuesto, él permaneció al lado de la pelirroja en todo momento: comprobando el estado de la joven cada tanto, revisando su respiración, la temperatura de su cuerpo y cualquier signo que revelara su retroceso.

Para aquel momento, el cansancio había empezado a adueñarse de su cuerpo, haciéndolo cada vez más pesado, sus ojos queriendo cerrarse por completo y descansar al lado de la muchacha hasta que esta despertase. Mas no lo hizo. En cambio, terminó de pie junto a la ventana, esperando avistar desde allí el regreso de Dwin, victorioso, llevando a rastras el encargo que le había hecho.

Deseaba encarecidamente poner las manos sobre el hombre que osó lastimarla. Ansiaba devolverle con creces cada gramo de angustia que le provocó. Despacio. Tomándose su tiempo. Haciéndole pagar...

Mientras él se perdía en sus pensamientos, a su espalda, el cuerpo de Daviana empezaba a reaccionar: escabulléndose despacio del negro vacío de la inconsciencia y volviendo a la realidad.

Sus largas pestañas revolotearon despacio, como lo haría una pequeña mariposa al salir de su capullo por primera vez. Sentía sus parpados pesados, su cuerpo demasiado relajado... y aquello, de alguna forma, le contrarió.

Hacía tanto tiempo que no se sentía de aquella forma. Se encontraba ligera, demasiado ligera en realidad, y una pequeña parte de su mente insistía, una y otra vez, en que no debería estarlo. A pesar de querer llegar al fondo de aquel presentimiento, no pudo pensar mucho en ello, pues estos aun no estaban organizados. Por ello terminó concentrándose en abrir por completo sus ojos.

La luz que llegó hasta ella le indicó que aún era de día y justo por la misma tuvo que parpadear varias veces antes de que su visión se ajustara al entorno que le rodeaba. Estuvo desconcertada, perdida por completo al no reconocer lo que veía... hasta que ciertos pequeños detalles empezaron a indicarle su ubicación.

Creyó que era un sueño... o que de alguna forma había muerto. Eran sus únicas alternativas razonables para encontrarse allí, en la recamara de su Laird.

Pero luego empezó a recordar...

Ella lavando en el río junto a las demás chicas. Ella instándolas a abandonar el lugar para no retrasarlas. Su enfrentamiento con aquel desagradable guerrero que desde hacía tiempo no le dejaba en paz. La persecución entre los árboles. Su choque con... su Laird... y las palabras desesperadas que escaparon desde lo más profundo de su alma.

La Perdición del Highlander (Secretos en las Highlands 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora