CAPITULO XIV

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GLOSARIO DE TÉRMINOS

6. Mo aingeal: Mi ángel en gaélico escocés.

***

Aquello que Gustaf tanto había deseado y que Daviana nunca imaginó, terminó sucediendo en medio de la noche, cuando los cuerpos de ambos se hundieron en la inconsciencia, vencidos por el cansancio que les abordaba.

Después de cocer correctamente al Laird y de asegurarse que las demás heridas del mismo no fueran de gravedad, Daviana le comunicó que pasaría la noche allí para cuidar de su salud, tal como le había encomendado la señorita Rhoda.

Esta revelación, que agradó al Highlander, pronto los llevó a enfrascarse en un ligero enfrentamiento para definir quién dormiría en el lecho.

A sabiendas de que ella no estaría cómoda acostándose a su lado, Gustaf de inmediato propuso dormir en el suelo, legándole su espacio, justo como había pasado noches atrás. Sin embargo, la joven se negó rotundamente a hacerlo.

—No puedo permitir que duerma allí, mi señor —dijo ella, negando—. No es recomendable que lo haga estando herido.

Él bufó, un poco ebrio para aquel momento, el líquido ámbar que había tomado para resistir las puntadas haciendo efecto en su sistema. Sinceramente le importaban muy poco sus heridas, estaba dispuesto a dejarle el lecho con tal de que ella durmiera cómoda y sintiéndose segura, pero la mujer estaba siendo bastante terca.

Por un tiempo no hubo mucho avance, los dos estaban estancados en lo que creían era mejor, hasta que él se atrevió a hacer una propuesta distinta.

—Entonces tendremos que compartir el espacio —dijo, sorprendiéndola y dejándola sin habla—. No dejaré que seas tú quien duerma en el piso... —se hizo a un lado, dejando salir una pequeña mueca de dolor al moverse.

—No puedo hacer eso —respondió ella, encontrando su voz—, no es correcto —agrega y él apretó sus ojos.

— ¿Y quién define lo que es correcto? —preguntó—. Después de todo, ¿sería correcto que deje a una dama dormir en el duro suelo en vez de ofrecerle el lecho para que pueda descansar cómodamente? —preguntó, esperando con ello convencerle.

La pelirroja enmudeció, su corazón latiendo demasiado rápido, sus mejillas sonrojadas y sus ojos buscando cualquier lugar al cual mirar para no encontrarse con la mirada del Laird.

Él, avistando que su declaración la había exaltado un poco, suavizó sus palabras, tranquilizándola.

—No tienes por qué preocuparte —aseguró—. No pasará nada, al igual que las demás noches que has pasado aquí —siguió—. Te respeto —dijo y por un momento la estancia permaneció en silencio—. Te respeto tanto, Mo aingeal... más de lo que puedes imaginar...

Ella no pudo entender por completo la última oración, pues debido al cansancio y la ebriedad, la lengua de Gustaf había empezado a adormecerse.

—Por favor, duerme a mi lado —le dijo mientras se volteaba, dándole la espalda—. No perdonaré que duermas en el piso... Eso mancharía por completo mi caballerosidad.

Aquellas fueron las últimas palabras del hombre antes de caer rendido ante los brazos del sueño.

A pesar de sus dudas, nerviosismo y recato, Daviana terminó recostándose en el lado contrario del lecho, colocándose muy cerca del borde, tratando de alejarse lo más posible de su Laird, tanto así que podría haberse caído con un simple movimiento de su cuerpo.

La Perdición del Highlander (Secretos en las Highlands 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora