CAPITULO VIII

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GLOSARIO DE TÉRMINOS

3. Tapadh leat: Gracias en gaélico escocés.

***

El tiempo se detuvo, su respiración haciéndose más lenta, los latidos de su corazón corriendo tan despacio como el deslizamiento de un leve suspiro a través de sus labios carnosos.

De pronto, Daviana fue consciente de todo aquello. La incredulidad y el nerviosismo se apoderaron de su piel mientras una y otra vez trataba de dar sentido a lo que sus oídos habían escuchado.

Debió haberse equivocado. Seguramente él no le había propuesto aquello. Escuchó mal... Se decía a sí misma en su mente, temiendo que él, entre todos, quisiere exactamente lo que los demás desearon de ella. Utilizarla.

Su mirada, que antes había estado prendada del rostro de su Laird, bajó hasta sus manos, sin poder sostener la suya luego de aquella declaración.

Quería salir. Irse de allí antes de que la imagen del único hombre que consideraba respetable se derrumbara ante su presencia.

No iba a soportarlo. Una vez más no lo haría. Sin embargo, en vez de salir huyendo, tal como deseaba, se encontró afrontándolo.

—¿Cómo? —habló, rogando a los dioses que lo próximo que saliera de los labios de aquel hombre no confirmaran lo antes dicho, haciéndole sentir, en consecuencia, como una completa ingenua por tenerle tal estima.

Gustaf, para nada tonto, notó de inmediato el cambio repentino en la pelirroja.

Desde que sus palabras salieron de sus labios, observó como esta desvió su mirada, su cuerpo tensándose, sus pies avanzando de forma casi imperceptible hacia atrás, alejándose despacio de él. La había liado... pensó, dándose cuenta del matiz equivocado que tomó su propuesta en los oídos de la joven.

—Lo siento —dijo, alejándose de ella, volviendo a donde había estado antes. Esta vez sin llegar a recostar su cuerpo contra la fría pared de piedra—. No ha sido la mejor forma de expresarme —continuó, dejándole ver una leve sonrisa, tratando de aliviar la tensión que abordaba a la muchacha.

Fue justo lo que sucedió.

Desde que los pasos del Highlander retrocedieron, Daviana había vuelto a levantar su mirada y en aquel momento se encontró maravillada observando aquel gesto nuevamente, a diferencia de que allí, en aquel aposento, no se desvaneció de inmediato, como anteriormente había ocurrido.

Con tan solo elevar aquella pequeña parte de la comisura de sus labios, su rostro cambió por completo. Sus ojos se tornaron más amables, menos gélidos. Las facciones de su rostro se suavizaban tanto... adquiriendo su persona un aura más luminosa, menos oscura.

Él echó su pelo hacia atrás, tratando de mantener sus manos ocupadas, y la pelirroja pudo divisar en aquel gesto la inseguridad que abordaba al hombre.

—No deseo que malinterpretes mis intenciones —se explicó—. He hecho tal propuesta a fin de protegerte, como he prometido —continuó, su mirada fija en ella—. Acair aún sigue allí fuera. He enviado a uno de mis mejores hombres en su busca, para que lo traiga ante mí y otorgarle el castigo que merece —confesó—. Pero, como ves, el anochecer está a punto de alzarse y este aun no regresa —suspiró—. Acair es guerreo peligroso, uno que posiblemente tenga el orgullo herido al haber sido derrotado por ti...

Gustaf, sin poder detener su impulso, se encontró dando varios pasos hacia ella, acercándose un poco, pero sin llegar a invadir su espacio personal.

La Perdición del Highlander (Secretos en las Highlands 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora