CAPITULO II

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GLOSARIO DE TÉRMINOS

1. ¡Mallachd!: ¡Maldición! en gaélico escocés.

***

Era una mañana como cualquier otra, el sol iluminaba el cielo y la tierra mientras cada aldeano de aquel pequeño lugar paseaba tranquilo por los alrededores de sus tierras, en su gran mayoría encargándose con entusiasmo de los deberes que les correspondían.

Entre ellos, se podía percibir un gran sentimiento de comunidad, cada uno comprometido con el otro pues, de otra forma, la prosperidad de su pequeño pedazo de tierra no lograría florecer y todos deseaban que aquello sucediese; más aún cuando cada día que pasaba podían observar de primera mano, cómo avanzaban los frutos del gran trabajo que encabezó su nuevo Laird.

La situación estaba cambiando para cada uno de ellos y no solo para los de aquella aldea en particular, sino también para los habitantes de todas las demás. Aunque, cabe destacar, que ninguna llevaba el mismo ritmo de recuperación y avance.

Algunas de las aldeas que quedaron al mando de Gustaf requerían más trabajo que otras y como ejemplo principal de esto se encontraban aquellas que se situaban en zonas alejadas al castillo, mismas que habían sido las más descuidadas por su antiguo Laird y que por lo tanto tomarían más tiempo en recuperar.

Principalmente porque aún quedaban vestigios de la errada decisión de George MacCleud de entregar dichas aldeas a varios de sus guerreros de más confianza para mantenerlos contentos. Estos hombres, que poseían su misma mentalidad repugnante, hicieron por mucho tiempo lo que les plació en ellas y justo en aquel momento aun causaban problemas, al desear seguir ejerciendo poder y terror sobre las mismas, sin aceptar su nueva realidad y que bajo las órdenes del nuevo Laird, cualquiera que perturbara la paz de las aldeas sería perseguido y castigado por ello.

El fuerte sonido de una estampida de caballos llegó de pronto a los odios de los moradores de la aldea, irrumpiendo por completo la tranquilidad y armonía que había reinado aquella mañana, exaltando de inmediato a cada uno de los presentes.

Las mujeres fueron las primeras en reaccionar, dejaron a un lado sus labores para encargarse de sacar del camino a cada pequeños niño que inocentemente jugaban en la tierra y las yerbas, correteándose unos a otros con total alegría, mientras que los hombres de forma instintiva se pusieron en guardia, dispuestos a proteger sus hogares a toda costa.

Muy pronto la pequeña comitiva de jinetes se adentró en los caminos de la pequeña aldea, dejando a su paso puro caos.

Eran al menos seis guerreros, comandados por el Laird, los que cabalgaban de forma rápida y ágil detrás de lo que, en apariencia, sería uno de los bandidos que recientemente habían estado perturbando la tranquilidad y el progreso en zonas aledañas.

¡Mallachd! —gruñó Gustaf momentos antes, cuando vislumbró la dirección que tomaría el rufián al que perseguían.

Lo que menos deseaba era causar algún daño colateral en aquella persecución y al parecer también lo sabía el maldito. El muy canalla pretendía destrozar aquella aldea en su camino, derrumbando todo a su paso para crear obstáculos para él y sus guerreros, pretendiendo que estos perdieran el equilibrio y cayeran al suelo, dejándole así con vía libre para escapar de sus vistas y volver a su pequeño nido de ratas.

Sin embargo, parecía que nadie le había contado al pobre hombre el hecho de que el nuevo Laird era un estratega innato.

Casi de inmediato Gustaf dio órdenes a sus guerreros y todos aceleraron su ritmo, provocando que el rufián se desesperara y espoleara con más fuerza su caballo, lastimando en el proceso su brazo ya golpeado. El escozor le era insoportable, le dolía a más no poder, pero aun así no estaba dispuesto a dejarse cazar por aquel hombre que se había adueñado de lo que a ellos les pertenecía.

La Perdición del Highlander (Secretos en las Highlands 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora