6

1K 131 3
                                    


Carrie entró en la casita muy temprano ese día, iba cargada de la canasta de mimbre repleta de comida variada, más ropa que había tomado del antiguo guardarropas de su padre y algunos libros que creía, podían gustarle al duque.

Estaba muy nerviosa de encontrarlo otra vez, pero tenía que controlarse. Kent no podía sospechar que su relación era una completa mentira. Eso traería demasiados problemas que ella no era capaz de asumir en ese instante. El fuego que provenía de la chimenea la calmó un poco. Era bueno estar en aquel apartado lugar, con la única compañía del hombre al que amaba, y además, ninguna persona tenía idea de ello.

Un ruido en la parte trasera de la cabaña la sacó de sus cavilaciones. Se acercó a la puerta trasera y la abrió. Allí estaba el duque, usando una simple camisa de lino con los botones abiertos y que le daba una buena vista de su fornido y bien formado pecho. Era extraño ver a Su Excelencia de aquella manera. Parecía despreocupado y hasta unos años más joven.

Kent levantó el brazo y dejó caer con fuerza el hacha que sostenía. Nunca llegó a imaginarse que la simple acción de cortar trozos de leña fuera tan admirable. Los músculos se le marcaban cuando hacía el esfuerzo adecuado y la camisa se ceñía a él como si fuera una segunda piel. Era el hombre más atractivo que ella hubiera visto jamás. Parpadeó varias veces para despejarse y no actuar como una tonta frente a él. Puede que el caballero en cuestión no lo recordara, pero ella ya había hecho el ridículo en su presencia muchas veces.

—Buenos días. —saludó mientras se acercaba a él con pasos lentos.

—¡Carrie! —se sorprendió él al verla, sin embargo, se adecentó un poco. Pasó una mano por sus cabellos y trató de ponerlos en su lugar. Los mechones salieron disparados hacia todos lados y ella deseó acomodarlos, enterrar sus dedos en aquella suavidad castaña. —No pensé que vinieras tan temprano.

—Bueno... creí que sería mejor venir a está hora porque no hay muchas personas en las calles. Así que puedo ahorrarme encuentros innecesarios y ser más discreta. —respondió en un tono amable.

—Por supuesto. —dejó en el suelo la herramienta y agarró la madera entre sus amplios y varoniles brazos. Ambos regresaron a la casa y él se encargó de avivar el fuego. —Siento que tengas que pasar tantas molestias por mi culpa.

—No me molesta hacerlo. —admiró su perfil con discreción. La mandíbula bien trazada, la nariz recta. Todo en él era perfecto. Se maravilló aún más al observar como se acariciaba la mejilla, cubierta ya por una barba de algunos días. —Haría cualquier cosa por ti. —suspiró encantada, hasta que se dio cuenta de lo que había dicho.

—Gracias. —Kent la miró y sonrió. Ella se sintió en las nubes en ese momento. Una de sus fantasías hecha realidad.

—Traje más comida y ropa. Me alegro que seas de la misma talla de mi padre. —caminó hasta la pequeña cocina que hacía parte del mobiliario y sacó los alimentos de la canasta. Tenía que aprender a controlar sus impulsos. Si no se iba con cuidado, iba a terminar confesando todos sus sentimientos y él se sentiría ofuscado.

—Eres un ángel, Carrie. —mencionó él a sus espaldas. ¿En qué momento se había acercado tanto?

—Para nada. —aseguró sin duda en su tono. Ella no era una buena mujer. Nadie que se considerara de tal manera, mentiría como ella lo estaba haciendo. Tarde o temprano tendría que pagar por todos sus pecados. —Debes estar cansado. Déjame servirte fruta y fiambres. —dijo para cambiar de tema. Empezó a cortar en trozos manzanas y fresas.

—Eso estaría bien. —le escuchó decir. No quería girarse para comprobarlo, pero Kent debía estar a unos dos o tres pasos de distancia. Su cuerpo ya estaba reaccionando al delicioso olor natural del hombre.

Seduciendo al Duque de Kent - Misterios de Londres IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora