11

1.6K 108 6
                                    


Dos semanas después

La nota en su bolsillo le pesaba como si cargara con cientos de kilos de carbón. Había escrito la carta para enviarla a su mayordomo, el señor Allen, desde hacía dos semanas. El mismo día en el que había besado a Carrie y había querido pedirle que la llevara personalmente a su domicilio, pero decidió postergar la tarea y pasar todo ese tiempo con su prometida. Los sucesos fueron inesperados y apartar a la rubia de su lado no le parecía la mejor opción.

Enviar esa carta significaba acortar su estancia con ella y se rehusaba a ello. Todo había cambiado entre ellos. Ella había trastocado sus planes. ¿Cómo era posible que no la hubiera besado antes? Después de tres meses de compromiso, él no se hubiera contenido. Por lo que eso reforzaba la idea de que había un trasfondo detrás de su relación. Pero no le importaba demasiado. Carrie estaba a su lado y ambos estaban felices.

Todos los días se preguntaba qué había ocurrido en estos dos años en los que no recordaba nada. ¿Qué experiencias lo habían cambiado? No había tenido éxito con otro de sus sueños o pesadillas. Estaba empezando a creer que no iba a poder recuperar su memoria. No era normal pasar por eso.

Quería pedirle a la joven que llamara a un médico y lo examinara, pero eso rompería con su burbuja de intimidad y él tendría que volver a integrarse a la sociedad. A menos que pudiera contactar con el doctor de la familia, que era de absoluta confianza y lo había atendido en sus peores momentos. No obstante, volvía al mismo punto inicial. Quería seguir postergando el momento lo más que pudiera.

Su atención se concentró por completo en Carrie cuando se acurrucó más en su pecho. La mañana estaba un poco lluviosa y hacía mucho frío, por lo que habían decidido mover el sillón frente a la chimenea y acostarse juntos mientras cada uno leía un libro. La rubia se había quedado dormida a los pocos minutos y no dudó en abrazarlo.

De hecho, siempre lucía cansada y se daba una siesta corta en la cabaña. Le había preguntado por sus actividades nocturnas y ella solo había respondido que debía acompañar a sus padres a varias veladas. Eso le parecía extraño. Lo poco que sabía de los barones de Crawley es que no se dedicaban a ir a ese tipo de compromisos muy seguido. Claro que eso pudo haber cambiado en estos dos años que eran una laguna mental para él, pero ¿por qué tenían que arrastrar a Carrie con ellos? La única razón para que una señorita de su edad fuera allí, era buscarle un esposo. Eso no tenía sentido. Ellos se iban a casar. Y no todos los días, un duque pedía la mano de la hija de un barón. Debía haber otro motivo de fuerza.

No sabía cómo preguntarle por ello de frente sin hacerla sentir incómoda. Habían pasado esos días conociéndose más, hablando de cualquier tema que se les ocurriera y haciendo varias actividades. Si bien había nacido en una cuna de oro, su trabajo en el ministerio lo había obligado a usar sus manos muchas veces para sobrevivir y valerse por sí mismo. Ahora se encargaba de adelantar los arreglos de la casita. Había reparado con éxito la gotera de la cocina, pero las de la sala y de una de las habitaciones, le estaban sacando canas verdes. A eso se dedicaba cuando Carrie se iba por las tardes.

Pero cuando estaban juntos, le gustaba ayudar a ordenar los estantes repletos de libros que ella tenía y siempre llevaba más. A simple vista era una tarea aburrida, sin embargo, él se daba un festín con la mirada. Carrie era hermosa y cuando sonreía era celestial. Ella era divertida y buena conversadora, al principio se había mostrado un poco tímida, en especial la mañana después de su primer beso, pero aquello pasó a segundo plano cuando empezaron a acariciarse y besarse con más frecuencia. Prácticamente se estaba cobrando en especie todo su trabajo en la cabaña y a ella parecía no importarle, sino más bien, disfrutaba de ello.

Seduciendo al Duque de Kent - Misterios de Londres IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora