CAPÍTULO 11: La abuela Calíope

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Después de una semana encerrada y sin nada que hacer, mi humor iba de mal en peor y el ambiente que reinaba en casa no ayudaba mucho. Las discusiones eran más frecuentes y la tensión que había se podía cortar con un cuchillo. Estábamos todos en alerta, pero no pasaba nada. No había vuelto a recibir amenazas desde aquella vez y Dimitri se mostraba un poco distante conmigo.

Alguien tuvo la genial idea de fingir mi dimisión y dejar una copia del escrito en el Departamento donde yo trabajaba para ver si había alguna reacción por parte de las personas que nos amenazaban. Dimitri había cogido vacaciones para justificar su ausencia y protegerme, pero gran parte del día lo pasaba encerrado en la biblioteca o en su habitación. Aunque no fuera a la oficina, tenía personas leales que le informaban de cualquier cambio que hubiera.

Estaba aburrida y no sabía qué hacer. Arrojé el libro a la cama y resoplé con frustración. Los tres días anteriores fui el conejillo de indias de Azael, que estaba diseñando peinados y maquillajes para un desfile de modelos que tenía en unos meses. Aprovechó para hacer todo tipo de experimentos con mi pelo y no estaba mal, pero ya estaba cansada de tanto peine y secador.

—¡No te vas a escapar de mí, chucho greñoso! ¡Ven aquí!

Unos gritos y unos pasos apresurados me hicieron mirar a la puerta cerrada de mi habitación. De pronto, esta se abrió y vi a Kiram, andando de puntillas. Él cerró la puerta y puso un dedo sobre sus labios, indicándome que guardara silencio. Para mi mayor estupor, el vampiro se tumbó en el suelo y, antes de que desapareciera debajo de mi cama, susurró:

—Finge que no estoy.

—¿Sabes que es el primer sitio donde va a mirar, no?

—Tu armario es pequeño para mí y es raro que venga a tu habitación a estas horas. Era eso o entrar en la de Dimitri, que sería como firmar mi sentencia de muerte—dijo escondiéndose de nuevo bajo mi cama.

Puse los ojos en blanco y fingí leer el libro frente a mi escritorio. Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios. Dimitri era conocido por ser muy posesivo con sus cosas y muy celoso de su vida privada. Raramente dejaba que alguien entrara en su habitación. Por fortuna, yo ya había entrado y sabía cómo era.

Sentí unos toques en mi puerta.

—Bianca, ¿puedo entrar? —miré hacia la cama y esbocé una sonrisa.

—Claro, adelante—se oyó un gruñido bajo la cama.

Azael apareció y se acercó a mi mesa. Vi que tenía un peine y unas tijeras en las manos, además de varios coleteros en los brazos.

—Tengo una nueva idea para un peinado y quería probarlo contigo. Te prometo que voy a ser muy rápido—. Sin dejarme responder, se puso a peinarme y en cinco minutos me hizo una trenza a cada lado y luego las enrolló, de forma que me quedó una diadema con las trenzas.

—Listo, te queda muy bien. Y ahora, con tu permiso, voy a seguir buscando a Kiram. Le quiero quitar las rastas porque ya lleva diez años con el mismo look y ya le toca cambiar. ¿Por casualidad sabes dónde lo puedo encontrar?

—No lo he visto en todo el día—dije en voz alta. Luego intercambié una mirada cómplice con Azael y señalé la cama. El vampiro sonrió.

—Seguiré buscándolo. Me preocupa que siga con los dreadlocks porque después de tanto tiempo con ellas podría perder su cabello—. Me guiñó un ojo y se agachó. —Nos vemos luego, preciosa.

Azael, agachado al lado de mi cama, estiró un brazo y sacó a un Kiram molesto.

—¡Ya te tengo, chucho greñoso! —dijo Azael con una sonrisa triunfal. —Ahora te vas a portar bien y me vas a dejar arreglarte ese pelo que tienes.

1# El hilo invisible © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora