Capítulo 23
Una enorme carpa blanca estaba en el medio de un jardín impresionante. La fiesta era en un enorme salón al aire libre y habían elegido como sitio el alrededor de las plantas, árboles y flores de colores que pronto estarían por morir por el comienzo del otoño.
Había un montón de globos con tonos claros en la entrada del jardín, mesas redondas de vidrio con decoración floral en el centro. Había muchos camareros que se movían de aquí a allá, con sus vestimentas de pingüino. En el centro del jardín había una gran alfombra roja hasta un precioso altar con una preciosa mesa larga de mantel blanco y un arco con flores artificiales. En un extremo del espacio había una barra donde se servían bebidas y había varias mesas con diversas comidas e incluso una cascada de chocolate.
Los invitados iban llegando de a poco, con sus regalos y trajes y vestidos de etiqueta. La elegancia y la riqueza estaban ante mis ojos, me sentía intimidada por eso.
Sujetaba el brazo musculoso de Max mientras nos encaminábamos a nuestra mesa asignada. Las sillas estaban cubiertas por una tela blanca y una cinta dorada con un moño detrás del respaldo. Sobre la mesa había platos carísimos, cubiertos por montones y ni hablar de las diversas copas de tamaños distintos.
—Sigo enojada contigo por no decirme que tenías una hermana —lo regañé en un murmuro, molesta.
—Emilia no es mi hermana de sangre —aclaró —. Mis padres y sus padres son amigos de toda la vida, así que crecimos juntos en Argentina. Luego, yo me mudé a Estados Unidos y varios años después ella también. Estudió periodismo deportivo en Chicago y luego se mudó a New York y conoció a su actual pareja con la que se casara. Es tan cercana a mí que ambos nos consideramos hermanos de vida.
—Me alegra saber que me tuviste en cuenta para que asistiera a la boda contigo—le dije, con una sonrisa.
Se inclinó hacia mi oído, haciéndome sentir el calor de su aliento apenas se acercó. De fondo sonaba una de mis canciones favoritas I see you de Missio. Cuando estaba deprimida escuchaba música para escapar de la realidad tan sólo un instante.
—Te llevaría conmigo a donde sea, Ada Gray —me susurró, picaro.
—Iré a donde tú me permitas estar —le contesté.
—Yo te permitiré todo lo que esté a mi alcance y darte un beso en París.
—¿Qué?
No tardó en darme un beso en la mejilla y hacerme sentir cosquillas en el estómago. Cada vez que estaba cerca mío me ponía nerviosa, era tan apuesto, tan firme y duro que era tan tentador en querer arrojarme a sus brazos para que me haga suya. Y quedarme así, toda la vida.
—¿No quieres ser besada en París? —me preguntó, curioso —Una vez encontré una nota en tu apartamento viejo que decía que uno de tus deseos era ser besada en París.
Tragué saliva.
—¿En qué momento encontraste eso? —le pregunté, nerviosa.
—Cuando limpiaba tu apartamento mientras dormías. Lo encontré accidentalmente —me aclaró al instante.
—Suelo escribir notas con lo que a veces deseo —le conté, soltando el aliento, me sentía avergonzada de que haya encontrado algo mío tan patético.
Ser hija de Afrodita me ponía melosa y romántica, a veces. Invitados que no conocían ya comenzaban a sentarse en sus mesas asignadas y algunos venían a la nuestra. No conocía a ninguno. Max y yo los saludábamos con un gesto de cabeza y una sonrisa educada.
—Y me parece precioso que lo hagas —me dijo Max, sin mirarme —. Así que cuando tengas vacaciones te raptaré y te llevaré a Paris conmigo.
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No te enamores de Ada Gray (Libro 1 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)
RomanceAda Gray decide morir. Se siente una fracasada, está harta de vivir con hambre debido a su miserable empleo con un jefe explotador que la humilla y la tortura psicológicamente. Una noche toca fondo y decide ahorcarse en su habitación, pero su plan s...