Capítulo 5

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Capítulo cinco.

El mismo auto oscuro nos llevó de nuevo a mi apartamento. Max prefirió optar por el silencio absoluto, sumido en sus pensamientos, y aquella actitud rara se me hizo extraña, pero era justificable. Después de presenciar una grata pelea con su madre y su padre debido a mi presencia, era más que claro que ya no quería dirigirme la palabra. Presencié cómo, a cada minuto, le llegaba un mensaje de alguien que no logré ver. Seguro prefería hablar con sus conocidos que conmigo.

La idea del suicidio continuaba siendo una buena idea; siempre fastidiaba al resto y arruinaba todo.

El auto se estacionó frente a mi edificio, y las luces del interior se encendieron. La oscuridad del coche ya no estaba, dejándome ver a Max finalmente.

—Mañana te enviaré el dinero por el trabajo de esta noche en efectivo dentro de un sobre junto a la dirección del psicólogo. No es muy lejos —dijo finalmente, rompiendo el silencio tenso.

Me dolió su tono frío. Daba por hecho que no quería volver a verme. Quería recordarle que él iba a acompañarme, pero aquello iba a sonar tan idiota de mi parte que preferí callarme.

—Gracias —solté en su mismo tono—, buenas noches.

Abrí la puerta, tomando la cartera de mano y bajé del coche. Me hubiese gustado que me haya saludado a último momento, pero al ver que no había tenido esa intención, cerré la puerta.

El coche se puso en marcha, y lo vi alejarse, con un nudo en el pecho. Lo que más me extrañó fue que no se marchaba directo al lujoso edificio que daba a la calle de enfrente y en el cual, vivía.

¿Dónde iba a esas horas de la noche? Me dije rápidamente que eso no era asunto mío.

—¿No te cansas nunca de arruinarlo todo? —me pregunté a mí misma, con el ánimo por el piso.

Subí las escaleras con gran pesar, con los zapatos lastimándome con cada paso que daba. Dios, qué noche tan asquerosa. No merecía pasar por todo aquello.

Las lágrimas caían mientras me adentraba en el edificio, parecían ser ya las once de la noche. Solo las luces de los pasillos estaban encendidas, y las personas de administración ya se habían marchado.

Llegué a mi piso, prácticamente arrastrando los zapatos, y cuando llegué al pasillo, mi vecino Hardi estaba justo abriendo su puerta, asomando la cabeza.

—¿Noche difícil? —me preguntó con un ánimo contagioso apenas me vio.

—¿Quieres follar? —le contesté con otra pregunta, llegando a mi puerta con gran cansancio y pesar.

Hardi era tan apuesto. Su piel era morena cubierta por tatuajes, ojos verdes y labios gruesos. No recordaba si tenía veintiocho o veinticinco años.

Me miró sorprendido pero con una sonrisa picarona.

—Hace mucho que no me lo pides, Ada —me dijo, abriendo su puerta para salir al pasillo.

—No estuve bien últimamente, pero eso se ha terminado hoy —me excusé.

—Veo que tuviste una mala noche. Tienes el maquillaje de tus ojos corrido, pareces un pequeño mapache.

¿Qué demonios tenían los hombres en la cabeza para compararme con animales pequeños?

—Este pequeño mapache te pide que lo folles.

Rió entre dientes, dispuesto a ofrecerme una noche que logrará calmarme y hacerme olvidar de todo.

Abrí la puerta sin tomarme la molestia de ponerle llave ya que estaba rota y encendí la luz.

—Gracias por vigilar el apartamento mientras yo no estaba —le agradecí—. Bájame el cierre de del vestido por favor. Me está apretando mucho y es insoportable.

No te enamores de Ada Gray (Libro 1 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora