Capítulo 28

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Capítulo 28.

Estaba lavando los platos en la cocina. Era una noche de sábado agitada y estábamos repleto de clientes. Dios, eso era lo malo de que el restaurante estuviera ubicado en pleno centro de New York. Las personas ingresaban, comían y se marchaban, para que luego otros ocuparan el mismo asiento. Había intercambiado con mi compañera April los roles, ahora ella estaba atendiendo las mesas mientras yo lavaba los platos y los cubiertos.

Walter andaba merodeando por el lugar. Cada vez que podía caía de sorpresa en el restaurante y observaba si todo marchaba bien. Eso me tenía inquieta, ya que su presencia era lo más grotesco que podía vivir. Apenas me enteraba que Walter ya estaba aquí, sabía que un mal día se presentaría y que en aquellas veinticuatro horas podría ocurrir cualquier cosa que pudiera herirme.

No faltaba demasiado para cerrar, así que los platos no se apilaban con tanta frecuencia. Entonces, Walter ingresó a la cocina y mi corazón comenzó a latir con fuerza, mis piernas se debilitaron y centré toda mi atención en el ciclo de enjuague con mis manos espumosas y con olor a detergente.

—¿Te mandaron a lavar los platos, Cenicienta? 

La voz rasposa y asquerosa de aquel tipo me provocó nauseas. Se puso a mi lado, pero no lo miré, sólo me dediqué a centrar mi atención en mi trabajo de porquería. 

—Sí, señor —asentí, le dediqué una breve mirada con una sonrisa que era más que una apretada de labios y volví mi atención a los platos sucios.

Vi por el rabillo de mi ojo cómo uno de los encargados de la cocina salió por la puerta trasera del restaurante para sacar la bolsa de basura y entré en pánico cuando me di cuenta que Walter y yo nos habíamos quedado a solas. Se me secó la boca cuando él no perdió la oportunidad en enredar uno de sus dedos que parecían salchichas en uno de mis mechones rubios y largos.

La mezcla entre aroma de cigarrillo y a colonia inundo mis fosas nasales.

—¿Te he dicho que tu cabello es igual al de Rapunzel? —mencionó, con voz grave y con una pizca de diversión.

—No señor.

—Voy a ayudarte con eso. 

Me quedé quieta y tensa al ver que Walter se había posicionado detrás de mí, haciéndome sentir su cuerpo contra mi espalda. Sus manos se aferraban contra la mía para poder lavar los platos él, simulando una clara “ayuda” de su parte. Congelada, con su áspera piel rosando mis dedos, vi cómo sus anillos de oro me raspaban las palmas con cada movimiento de la esponja contra el plato.

Quería sacármelo de encima, el pánico me invadió al sentir su erección contra la parte trasera de mi pantalón. Se me llenaron los ojos de lágrimas y sentía que no podía respirar por el pánico. No, por favor no. Que alguien me lo saque de encima, que alguien lo mate, por favor. Por favor que se vaya. Por favor.

Cerré los ojos, tras dar un respingo al ver que me tenía presionada más contra la bacha de cocina, la cual me estaba lastimando el estómago por la presión. Las náuseas aumentaron y el temblor de mi cuerpo ya se notaba.

—A mí me gusta que se queden calladas, sumisas ante mí —murmuró él, con su boca pegada a mi oído.

Se me resbaló el plato en lo más profundo del agua, ya que mis manos se habían quedado heladas. Walter lo agarró rápidamente y lo escuché reír. Quería salir corriendo, pero las piernas no me respondían.

Walter se apartó a una gran distancia de mí al ver que el encargado había regresado.

—¡Eres incluso un asco lavando!¡Me tienes tan cansado que tus días aquí están contados! —me gritó, provocándome otro sobresalto, no era capaz de responder, seguía en shock por lo que acababa de pasar.

No te enamores de Ada Gray (Libro 1 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora