Capítulo 25

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Capítulo 25

Max Voelklein me llevó a su apartamento que era igual de grande que un piso del edificio del campus. Abrió la puerta con desesperación, conmigo en brazos con mis piernas rodeándole la cintura, buscando el picaporte con sus manos y logró hacerlo. 

Aunque él me sonreía, alegre y con la punta de su nariz pegada a la mía. Yo fingía que todo estaba bien y que no se me partía el corazón verlo de aquella forma. Tenía mis manos acunando su rostro perfecto, sosteniéndolo a cada lado de su mejilla. Mientras tanto él, buscaba mis labios con desesperación. Recorría sus manos en mi espalda y me llevaba algún sitio de la casa. Besaba mi rostro, devoraba mi cuello, provocándome un inexplicable cosquilleo tan intenso como delicado.

—Te necesito —jadeó, besándome el mentón y dándole un ligero mordisco que me hizo soltar la respiración —. Te necesito siempre, hermosa mía. Mi reina, mi diosa. Mi todo.

Un nudo en mi garganta se instaló en ella. Mi dolor era grande que aún seguía muda, distante pero dispuesta a pasar un último día con él. Pegó mi la espalda contra la pared más cercana, sin dejar de besarme y buscando el cierre de atrás del vestido. Sentía su erección muy por debajo de mi abdomen, llegando a mi puente de venus y el deseo en mi interior empezó a aumentó con aquel roce suyo. 

Entonces, con la respiración trabajosa, ambos nos detuvimos y nos miramos, buscando los ojos del otro.

—Ada, te siento distante ¿estás bien? —me preguntó, preocupado y acariciándome la mejilla con su dedo pulgar.

¿Qué decirle? ¿Qué explicarle? Estaba tan perpleja por todo lo que me había enterado que no era capaz de soltar palabra. Asentí con rapidez, tragando con fuerza y dedicándole una sonrisa sin dientes.

Busqué sus labios, quebrada y él me correspondió, titubeante. Su respuesta es inmediata, y vuelve a besarme con brusquedad, con intensidad y sin intenciones de dejarme ir. Y yo no quiero que lo haga, no quiero que me suelte, no quiero que me deje ir, pero la línea entre amarlo y odiarlo con todas mis fuerzas era tan delgada que estaba a punto de romperse. 

Me dejé llevar, jurándome a mí misma que aquel encuentro con Max, sería la última vez. Sus besos son suaves, húmedos y su lengua no para de entrelazarse con la mía, creando un ritmo perfecto y llevadero. Adictivo.

Lo amaba y dolía. Mucho.

Me lleva hasta el baño, con el vestido flojo y no tarda en depositarme en el suelo para bajarme la prenda y yo me deshago de la corbata que es lanzada a una parte del suelo del baño y le desabrocho la camisa con gran desesperación.

Tocó su pecho firme, desnudo y se sintió tan bien sobre mis dedos que no pude evitar llenarlo de besos. Él soltó un suspiro, disfrutando de mi contacto. Mientras yo lo besaba, prendió la ducha y el baño se llenó de vapor.

La última vez, me dije a mi misma, la última e iré sin volver atrás.

Ofreciéndome su mano y con una sonrisa de oreja a oreja, me invitó adentrarme en nuestra pequeña lluvia. Yo acepté, con un nudo en mi pecho.

Cuando creí que me haría el amor como pensé que lo haría, nos metimos en la ducha y nos quedamos abrazados. Yo con mi rostro pegado en su pecho mojado y él lavándome el cabello con shampoo.

Aquel afecto suyo, aquel detalle me hizo romper en lágrimas y comencé a llorar, quebrándome de inmediato.

—Hey ¿qué ocurre? —me preguntó, completamente anonadado y con un pitido de voz. 

Me obligó a mirarlo, mientras yo lloraba sin poder parar. No aguantaba más.

—Estás conmigo porque tu padre te obliga —mi voz era queda, llorosa, distante y no podía ni siquiera mirarlo a los ojos como él tanto quería —¡Estás conmigo para que no denuncie a tu padre y arruine la reputación de las cadenas de restaurantes, Max! ¿Acaso pensabas que no me daría cuenta o enteraría?¡¿Tan estúpida crees que soy!?

Max se quedó helado y en vez de apartarme para poder mirarlo mejor, lo único que hizo fue atraerme hacia él y pegarme contra su pecho, con su mano en mi cabeza, envolviéndome en un abrazo tan fuerte que no creía necesitar.

—No sé qué ocurrió cuando estuviste ausente en el casamiento, no sé qué mierdas te soltó mi madre —masculló, con gran rencor —. Pero lo que te hayan dicho no es cierto —me obligó a mirarlo y repitió —. No es cierto, Ada —sus palabras fueron firmes y pausadas.

Las gotas de la ducha aplanaban su cabello anaranjado contra su frente y oreja, creando pequeñas gotitas que caían sobre mis pechos desnudos. Los mechones se tornaban más oscuro por los mojados que se encontraban. Estábamos pegados el uno al otro, mirándonos a la cara y como si el tiempo se hubiera detenido.

Había sonado tan sincero y parecía tan lastimado que me sentí peor. Quería escabullirme, hacerme pequeña. Estaba tan cerca mío que podía ver la profundidad de sus ojos. 

Me quedé hecha piedra cuando sus ojos se empañaron y me susurró, sin dejar de sostenerme el rostro con las manos:

—Yo te amo, Ada.

La luz del apartamento se fue.

No te enamores de Ada Gray (Libro 1 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora