—¡Tú! ¡¿Cómo te atreves a presentarte con esos harapos y junto a mi hijo?!
Sus ojos, de un color tan desagradable como la mirada que me lanzaba, me despojaron de toda dignidad. La sorpresa en su rostro fue un espectáculo que me esforzaba por disfrutar mientras la furia lo consumía. Su rostro repulsivo, que visitaba mis pesadillas nocturnas, me hizo sentir insignificante. Mi mirada pasó de Max a él, levanté mi vestido rojo y salí de allí, con el corazón helado y aterrado.
—¡Ada!—escuché gritar a Max, detrás de mí.
Tomé al vuelo una copa de la bandeja, rogando que contuviera alcohol, mientras avanzaba entre la acaudalada multitud.
Subí las escaleras, optando por el pasillo número uno en mi búsqueda de un baño para refugiarme. Al encontrar lo que parecía ser uno, abrí la puerta de madera oscura, solo para enfrentarme a una escena tan intensa que me dejó los pelos de punta.
La madre de Max, con las manos apoyadas en el lavamanos y la frente pegada al espejo, ahogaba gemidos. Un joven de unos veinticinco años, moreno y de gran contextura física, le levantaba el vestido plateado para penetrarla salvajemente, mientras sus pechos desnudos rebotaban.
Ambos levantaron la mirada hacia mí, con los ojos bien abiertos.
—Oh mi Dios, ¡cómo lo siento! —exclamé, con las mejillas ardiéndome, cerrando rápidamente la puerta.
Mierda, mierda, mierda. Desesperada, busqué otra habitación para refugiarme y poder calmarme. "Piensa en mariposas y no en la vieja en la que están follando, piensa en mariposas y no en la vieja a la que están follando", repetía mentalmente mientras avanzaba.
Llegué a la última puerta del pasillo y, agradecida, toqué antes de entrar, asegurándome de que no hubiera nadie. Me encontré con el cuarto de limpieza, considerablemente más grande que mi cocina. Encendí la luz y cerré la puerta, apoyando mi espalda contra ella. Situación que no merecía apreciar, mierda.
—Dios, preferiría estar muerta —sentencié en voz alta, cerrando los ojos y sintiendo cómo mi cabello se pegaba a mi frente por el sudor de la adrenalina y los nervios.
—¿Ada? ¿Estás ahí?
La voz de Max detrás de la puerta retumbó en mis oídos.
—¡No!
Escuché un suspiro, supuse que estaba aliviado por encontrarme.
—Vamos, abre la puerta.
—Necesito estar a solas un momento, Max —inquirí, llevándome las manos a la cara, superada por la situación.
No le importaron mis palabras. Volteó la manija de la puerta y la abrió, haciendo que me apartara bruscamente de ella.
—¿Qué demonios ha sido lo de allí abajo? ¿Por qué saliste corriendo como si hubieras visto un fantasma?
Parecía sacado de quicio, incluso su pajarita estaba chueca.
—Tu padre era mi jefe en el sitio de comida rápida ubicado en una de las calles más prestigiadas de Nueva York, del cual renuncié. Es el que me maltrataba psicológicamente y gracias a Dios no llegó a ser algo físico.
El rostro de Max se desfiguró, apoyando su cuerpo en el estante más cercano y mirándome perplejo.
—¿Tú eras la chica que salió en el periódico por humillarlo y que casi recibe una demanda? —la voz fría y distante fue lo que me partió el corazón.
—¿Humillarlo? ¡Él fue el maldito que desbordó el vaso para que yo tomara la decisión de suicidarme, Max! —grité, con la voz temblorosa y al borde de las lágrimas— Se mete en tu cabeza con sus crueles palabras, ¡tanto que llegas a creértelas y te desgarra! ¡Él es un hijo de la mierda que destruye hasta lo más hermoso! —confesé, sintiendo la cólera apoderándose de mí.
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No te enamores de Ada Gray (Libro 1 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)
RomansaAda Gray decide morir. Se siente una fracasada, está harta de vivir con hambre debido a su miserable empleo con un jefe explotador que la humilla y la tortura psicológicamente. Una noche toca fondo y decide ahorcarse en su habitación, pero su plan s...