Capítulo 32.
Si morir significaba alejarme de él, yo ya estaba muerta desde que lo conocí. Me fue sorpresivo encontrármelo de nuevo y no hubiera imaginado nunca, luego de alejarnos, que terminaríamos así; bailando bajo guirnaldas y decoración navideña en una casa gigante ubicada en un barrio privado.
El dinero estaba por doquier, vestidos, trajes caros, relojes y celular caros. Me era imposible entender cómo había llegado allí luego de estar días sin comer y horas sin dormir.
Me sentía afortunada.
—¿Cómo has estado?—me pregunta Max, con tono tranquilo mientras la música nos lleva a un vals inesperado—. Tapeaste la ventana de tu habitación. Así que, no sé sinceramente cómo has estado—carraspeó, como si lo hubiera recordado.
Mi rostro se acaloró y no fui capaz de mirarlo ante ese comentario.
—Estuve bien—mentí, con un hilo de voz—. Tapee las ventanas por impulso, supongo.
—Te salía más barato comprar cortinas gruesas.
—Claro, y tener la tentación de correrlas por si las emociones ganaban y quería verte ¿no?—pensé, en voz alta.
—Deseaba cada mañana despertar y ver que esas maderas ya no estaban —se sinceró, clavándome sus ojos.
Evadí las ganas de morder mi labio inferior. Suprimí un suspiro. El cual él no hizo, soltando el aliento.
—La distancia no nos ha hecho nada bien, Gray—declaró.
—Tú tomaste la iniciativa de cortar todo vinculo—le recordé.
—Hice lo mejor que estuvo en mis manos—se excusó—. No sabía que iba a enamorarme de la hija de Afrodita.
—Y yo del hijo del mismísimo demonio. Así que, estamos en el mismo juego—contraataqué—¿Cómo sigue esto, Max?
Me pegó más a su cuerpo y acercó su rostro al mío. Lo vi humedecer sus labios, provocándome un cosquilleo en mis partes íntimas. Dios. Max no podía ser más guapo porque no tenía ganas ni tiempo.
—¿Me sigues amando?—me preguntó, buscando mis ojos.
Tragué con fuerza. No fui capaz de responder, así que simplemente asentí. Me intimidaba tanto que era imposible llevarle el ritmo.
¿Cómo demonios no iba a seguir amándolo?
Puso su mano en mí cabeza y la empujó suavemente la misma contra su pecho, a la altura de su corazón. Cerré los ojos, disfrutando del olor de su colonia y con los latidos retumbando en mi oido izquierdo.
Reprimí las ganas de llorar. Estaba más sensible de lo que esperaba. Él me ponía en ese estado. Él era el culpable de que me sintiera tan perdida. Pero más culpable era yo por dejar que me afectará.
Más que bailar, estábamos pegados, abrazados, disfrutando del contacto cálido del otro.
—¿Qué haré contigo, Ada Gray? Porque sinceramente no sé cómo sigue esto—suspiró, más para él que para mí.
La hora del brindis no estaba demasiado lejos de llegar, y con eso la excitación de la gente y la ansiedad por recibir la navidad. Busqué entre las personas a mi sobrina Miranda, aprovechando que había perdido a Max ya que se había quedado hablando con amistades viejas de su padre. Pobre de él. Digamos que lo “abandoné” por un ratito.
La encontré tomando un sándwich de beicon y queso cuando apenas lo sirvieron en la mesa de bocadillos.
—¡Hola!
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No te enamores de Ada Gray (Libro 1 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)
RomanceAda Gray decide morir. Se siente una fracasada, está harta de vivir con hambre debido a su miserable empleo con un jefe explotador que la humilla y la tortura psicológicamente. Una noche toca fondo y decide ahorcarse en su habitación, pero su plan s...