EL TRATO

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Miércoles, 10 de octubre.

—Lo lamento mucho, corazón —me dice la señora Bouwer, sosteniendo mis manos. Estamos sentadas en su mesa de comedor para ocho personas, hay un jarrón plateado en el centro con flores rojas—. El seguro solo cubre la mitad de la operación.

Papá salió de la operación como a las dos de la mañana, luego lo ubicaron en la sala de terapia intensiva, aún se encuentra en estado crítico, pero el doctor me supo decir que, si él pone de su parte, con los medicamentos y las atenciones que le darán lo más probable es que salga de esta. Me he quedado un poco más calmada, sé que papá jamás se rinde, él es fuerte y más cuando confiamos en el Dios de lo sobrenatural, lo que significa que los milagros pueden suceder en cualquier momento. Además, la fe es lo último que se pierde, ¿no? O era la esperanza, ya no sé, me ha aturdido un poco con lo que ha dicho la señora Brouwer. ¿A dónde voy a conseguir el resto del dinero? Aún faltaría pagar la mitad de la operación y los medicamentos que le están aplicando y todavía tiene que quedarse allí hasta que se recupere y ni los doctores saben cuándo sucederá. Esperan que la siguiente semana puedan despertarlo ya que lo tienen en un coma inducido, porque el dolor que sentiría despierto sería terrible. Y eso no es todo, debo conseguir dinero para comer en estos días y ver como hago con el colegio, no puedo tener tantas faltas o mi beca peligraría y justo ahora no me puedo dar el lujo de perderla. ¡Cielos! ¿Qué voy a hacer?

Suspiro pesadamente, apoyo mis codos sobre la mesa mientras tapo mi rostro en forma de frustración.

—Corazón, lo solucionaremos. —Ella acaricia mi cabello—. No te preocupes por ahora, ve a clases con Milo y distráete un poco. Yo iré al hospital y estaré pendiente de tu papá.

¿Distraerme? El colegio me agobia todavía más, si pudiera saltarme esta horrenda etapa de mi vida, ni siquiera lo dudaría.

—Gracias, señora Brouwer. Ha sido muy amable conmigo. —La abrazo—. Prometo que algún día se lo pagaré.

—Qué dices, corazón. No me debes nada.

¿Cómo qué no? Me llevó a casa para que me cambiara con la ropa del colegio, después me trajo a su casa y me dio de comer el desayuno más rico que he probado en mi vida. Amo los panqueques. Y si fuera poco, hizo que me recostara en sus piernas para que durmiera en la sala de espera, aunque ella estuviera incomoda. Ella, Milo y yo nos amanecimos en ese lugar y ella me dice que no le debo nada.

—Encontraré la forma de devolverle todo lo que ha hecho por mí, señora Brouwer, lo digo muy enserio.

Ella toma mi rostro entre sus manos y limpia con su pulgar una pequeña lágrima que rodaba por mi mejilla.

—Corazón, ojalá pudiera hacer más. Y lo repito, no me debes nada. Sé que a los que obran bien les va bien. Recuerda esto —alza la mirada y observa el cielo que se vislumbra atreves de la ventana. No puedo ver el cielo desde donde estoy, pero sin duda sé que ella lo está haciendo—, los que siembran con lágrimas con regocijo cosecharán. Siempre siembra el bien, corazón sin importar que otros lo valoren o no, porque arriba hay alguien que lo observa todo y él sabrá dar a cada uno conforme lo que sembró. Por lo tanto, déjame sembrar de esta forma, no sabes lo feliz que me hace el ayudarte.

Le doy una enorme sonrisa y asiento. Ella tiene razón. Es casi similar a lo que dijo el predicador en año nuevo. Que Jesús perdonó y amó cada día de su vida a pesar que sabía que aquellos a quienes amaba lo llevarían a morir en la cruz, básicamente sembró amor y perdón. Quizás podríamos preguntarnos ¿de qué le sirvió si de igual murió? Sí, pero es que ahora está sentado a la diestra de Dios y esa sí que es una gran cosecha.

De Enero a DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora