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El silencio reinaba en la casa. La luz pequeña que había sobre la cocina estaba encendida una vez más, y Amity se apresuró a pasar junto al cono de luz que proyectaba para adentrarse después en las sombras del pasillo que llevaba al vestíbulo, consciente de que si Luz veía su rostro se daría cuenta de lo terriblemente insegura y asustada que se sentía de repente. Percibió cómo las manos de la morena le quitaban el abrigo, aunque no se había dado cuenta hasta entonces de que la otra mujer estaba siguiéndola tan de cerca. A Amity se le ocurrieron un montón de temas de conversación, pero se diseminaron en mil pedazos como los cristales de un calidoscopio. Incapaz de articular palabra sin hacer evidente que estaba poco menos que petrificada, estaba preparándose para despedirse brevemente y escabullirse a su cuarto, cuando Luz se volvió del armario y envolvió una mano de Amity entre las suyas.
– Parece que tus padres ya se han acostado.
– Sí... sí, hay un silencio mortal.
– Vamos abajo.
Amity intentó responder, pero tanto el sí como el no se le atragantaron en la garganta. Luz entrelazó los dedos entre los suyos y se volvió, llevándola con ella, hacia la escalera.
Amity se dejó llevar, pues era el único modo en que podía aproximarse a la seducción que flotaba en el aire.
En la parte de arriba de las escaleras encendió la luces pero, una vez abajo, la cadete soltó su mano y fue a encender una lámpara de luz tenue y a apagar distraídamente a continuación la potente luz del techo.
Amity se quedó inmóvil junto a las puertas corredizas de cristal, asomada al rectángulo negro de oscuridad, frotándose los brazos.
Desde atrás, Luz observó:
– Parece que tu familia tenía la chimenea encendida. Todavía hay rastros.
– ¿Sí? -preguntó Amity distraídamente, sabiendo lo que Luz quería, pero poco dispuesta a prestarle una ayuda.
– ¿Te importa si pongo un poco más de leña?
– No.
Amity oyó las puertas de cristal del hogar que se abrían, luego el sonido vibrante de las cortinas de malla metálica siendo apartadas. El carbón vegetal se rompió y crujió cuando Luz echó un nuevo tronco al fuego y cerró la pantalla protectora. A todo esto, Amity seguía junto a las puertas encogida de miedo, abrazándose mientras le temblaban las rodillas.
Estaba tan absorta en sus emociones que se sobresaltó y se volvió de golpe hacia Luz cuando ésta reapareció y comenzó a correr las cortinas. Mientras lo hacía, la miraba a ella en lugar de a los tiradores de las cortinas. Amity se humedeció los labios y tragó saliva. Detrás de Luz, el tronco llameó crepitando y la Blight se sobresaltó otra vez, como si las llamas hubieran anunciado la llegada inminente del diablo.
Las cortinas quedaron cerradas. Reinaba el silenció. Luz mantenía su desconcertante mirada clavada en Amity. Dio dos pasos más hacia ella y extendió la mano, ofreciéndosela.
Amity la miró, pero sólo se abrazó con más fuerza.
La mano permaneció en el aire, con la palma hacia arriba, inmóvil.
– ¿Por qué me tienes tanto miedo? -preguntó Luz en el más suave de los tonos.
– Yo... yo...
Amity sintió que su mandíbula se movía, pero parecía incapaz de cerrar la boca, de responder, o de ir con la morena.
Luz se inclinó hacia delante y tomó a Amity de la mano, llevándola hacia el extremo opuesto del cuarto, donde el sofá estaba colocado de cara a la chimenea. El fuego ya ardía vivamente y, al pasar junto a la lámpara Noceda la apagó, dejando el cuarto iluminado sólo por el tono naranja de las llamas parpadeantes. Luego se sentó llevando suavemente a Amity consigo, y mantuvo con firmeza el brazo derecho alrededor de sus hombros. Se hundió en el sofá en una posición bastante baja, apoyando los pies en la brillante mesa de arce que había delante de ellas.
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HAY UNA CANCIÓN ETERNA EN MIS LABIOS -LUMITY ADAPTACIÓN-
RomanceAmity Blight no está nada contenta con su cuerpo, las chicas se acercan a ella, pero ninguna de ellas quiere realmente conocerla. Su hermano Hunter lleva a su amiga, Luz Noceda, a pasar unas vacaciones a su casa y por primera vez en su vida Amity pr...