Cap 4 - La tengo que matar

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Después que supe que había sido traicionado por alguien de mi familia, debo confesar que demoré en tomar una decisión.

Mi tía representaba después de mi madre alguien por quien daría mi vida. Por más que imaginaba que no era posible, recordaba las palabras de aquel médico: "Tu tía me ha confesado que ella estaba en la escena del crimen. Esa noche ella te vio apuñalar a Ramón por la espalda".

Una y otra vez tenía esos recuerdos. Entendí ahora que la presencia que sentí aquella noche, era ella escondida.

Cuatro años y dos meses estuve encarcelado. Pagando por un homicidio que su significado era de justicia.

Juana nunca supo que yo sabía la verdad. Me empeñé en hacerle creer que gracias a ella había dejado atrás mi pasado. Después de tanto tiempo fuera de mi hogar, regresé para no abandonarlo jamás. Fue la promesa que me hice al volver. Recuerdo que ninguno de mis vecinos me saludaba. Solo pasaban por mi lado y me observaban raramente.

Esta vez, lo primero que hice al entrar a mi casa no fue ir a mi cuarto, sino al de mi tía. Allí comenzaba de nuevo mi historia, y la mente, mi mente, reclamaba a gritos que la envenenara.

- No puedo hacer eso. – pensaba.

Pero solo bastó entrar nuevamente a mi cuarto, para evocar cada recuerdo de la infancia ligado con la cárcel. Ahí entendí que en realidad tenía problemas psicológicos. Sentía la necesidad de hacer justicia con mis manos, o al menos la recreada en mi memoria.

Pasaron dos noches para que, a la tercera, tuviera el cuello de mi tía entre mis manos.

- No me mates hijo mío. Ten piedad de mí. – me decía con sus ojos llorosos.

- Tía me has traicionado. Llamaste a la policía y yo solo quería hacer justicia. – le dije llorando y desesperado.

- Ahora tengo que matarte, mi mente, me lo pide de favor. ¡No me odies! – le decía apretándole más fuerte el cuello y mirándola fijamente.

De ella no se supo nada más en todo el pueblo. A quienes me preguntaban le deje que había regresado a su antigua casa, pues ya yo era suficientemente grande para enfrentar la vida solo. Pero la verdad no era esa. El único que la sabía era yo. Esta vez sí que no fui visto por nadie.

Al final no pude matarla. La tuve encerrada en mi casa por 2 días sin darle de beber y comer. Estaba agonizando, no tuve valor para matarla, pero si para torturarla por el resto de su vida.
   

En la casa de enfrente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora