XIX

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«Lo había olvidado. » Él padre, los niños huérfanos y mi idea de pedirle a mi padre ayuda para que ellos puedan tener un mejor pasar mientras se encuentren por el pueblo.

Me retiro de la mesa para irme directo a mi cuarto donde apenas llegar cambio mis ropas por unas adecuadas para dormir, cepillo con cuidado mi cabello e intento ponerme por mi misma las cintas para ondularlo de forma natural.

—¿Pensará en mi?

Me atormento por breves instantes antes de llegar a la cama donde mi último pensamiento se lo dedico a mi integridad.

«De seguro todo va a salir bien. »

Los días pasan y con ellos llega el tan ansiado día por la comarca, el matrimonio de la señorita Grette Jacobsen.

—¡Igna! —Escucho a mi madre gritar.

—Señora.

—¿Donde esta Joen?

—En seguida señora. — Igna, se encamina hacia la escalera mientras vuelvo a sentarme.

—No entiendo como es que puede tardarse tanto si le dije que desde temprano que tenía que estar listo.

—Kira, ve por tu padre.

—Si madre. — Me voy por el pasillo hasta el cuarto del final donde golpeo suavemente la puerta.

—¿Padre?

—Enseguida Kira.

Espero por unos segundos hasta que la puerta se abre y mi padre camina conmigo mientras Joen, baja las escaleras junto a Igna.

—Deprisa, no podemos llegar tarde.— Insta mi madre.

Ya dentro de la calesa me quedo embobada mirando el paisaje hasta llegar a la iglesia donde todos hacemos ingreso a tomar nuestros lugares junto a toda la comitiva invitada. Mis ojos recorren con detención las personalidades invitadas hasta llegar a Dagny, agito mi mano hacia ella que sonríe y me saluda de regreso.

—¿La señorita Blixen? — siento la mano de mi madre sobre mi hombro llamando mi atención.

—Madre.

—Kira, la señorita te busca.

—¿Si? — respondo a la joven desconocida para mi.

—La señorita Jacobsen requiere de su presencia.

Las miradas de todos los que alcanzan a oír recaen sobre mi que por un segundo paso saliva.

—Claro.

Sigo a la joven por los pasillos abarrotados de la iglesia hasta llegar a una habitación donde al abrir la puerta Grette, aguarda sentada sobre una silla.

—Puedes retirarte. — Menciona ella para que la mujer desconocida cierre la puerta.

—¿Me llamaba? — Ella permanece en silencio y sus ojos no se despegan de mi.

—Gracias.

—¿Por qué? — Pregunto confundida.

—Por su intervención aquel día, reconozco su valentía enfrentarse a un hombre en estos tiempos no es algo fácil de lograr menos siendo mujer, la admiro y deseo fervientemente que pueda ser feliz encontrando lo que sea que busque y quiero que sepa desde ya que cuenta con mi apoyo, si algún día puedo hacer algo por usted estaría encantada de devolverle su ayuda con gratitud. — Me quedo perpleja unos segundos antes de conectar lo que acabo de oír.

DAEMONIUM. El Alma de Dios será míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora