XIV - Amanda 8

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Viajar siempre produjo en mí un efecto transformador

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Viajar siempre produjo en mí un efecto transformador. En ocasiones contemplaba el paisaje a través de las ventanas. Los contrastes entre montañas y valles eran dignos de admirar, sobre todo porque me hacían reflexionar en ciertas cosas, que de no ser por estos detalles que lo explican, no podríamos comprender. La vida tiene altos y bajos, momentos de verdor, momentos de sequedad, algunos satisfactorios, otros no tantos, pero todos al fin, parte de ella, necesarios para avanzar. Otros días, me ponía mis auriculares, encendía el reproductor con mi música favorita, y dejaba que mis emociones fueran esa montaña rusa, igualmente, llena de contrastes. Ciertas veces, donde sentía el cansancio rezagado, imitaba a Susana y elegía dormir. Pero aquella mañana fue diferente: decidí pensar en el amor. Recordé vagamente los momentos vividos con Sergio y las lecciones aprendidas. Puse en la balanza todo lo que sentí con la ilusión que me generó Jeffrey, para valorar cuánto bien podría hacerme, y decidir si debía seguir el consejo de Susana, de mantener la esperanza. Valoraba especialmente la irrupción súbita de Christian, que había empezado a demostrar su interés en mí, pero de quien sabía muy poco y por quién no sentía nada más que una pequeña atracción. Me parecía curioso tratar de encontrarle explicaciones a su rara forma de actuar. Ese día que encontré su detalle, solo apareció una vez más, para darnos la noticia de una visita norteamericana que llegaría a la empresa, pero estaba tan nervioso que apenas podía articular palabras. En cuanto tuve la oportunidad le di las gracias, y él solo respondió con una sonrisa tímida, sin poder evitar el rubor en sus mejillas.

A medida que la semana fue avanzando, fui propiciando el acercamiento de su parte, y entablé pequeñas conversaciones con el fin de conocerlo. Quería saber si teníamos cosas en común, qué tipo de pensamientos fraguaba, cuáles eran sus aspiraciones. Sus conversaciones, sin embargo, eran huecas, superficiales, quizás solo entretenidas. Me hacía reír, como a todas, y admiraba su gran seguridad. Temía, con algún gesto, atentar contra su autoestima. Insistía en sus detalles: el martes fue una flor, el miércoles me llevó manzanas y el jueves me dio galletas afirmando que él las había preparado.

El viernes nos sorprendieron con muchas instrucciones: que debíamos trabajar como nunca, que el orden y la limpieza era primordiales y que debíamos estar atentos a la aparición de los gringos, para que no nos encontrarán platicando. En efecto, la visita llegaría ese día. Cuando escuché todo eso no imaginaba la dimensión que tendría y cómo todo lo que pasaría marcaría mi futuro y mi suerte. En cierta parte debo agradecerle a Christian, pues la pequeña amistad que habíamos cultivado en esa semana me movió a hacer el acto que acabaría catapultándome hacia una historia de crecimiento.

¡Pobre Christian! Sí que estaba nervioso ese día. Estuvo más torpe que de costumbre. Todo el personal se había comprometido a producir más, para impresionar a los norteamericanos, y él estaba pagando las consecuencias. Los bultos se le acumulaban, y no paraba ni un momento. Tuvo la mala suerte de que, justo cuando la visita caminaba por el pasillo donde estábamos nosotros, las piezas pequeñas empezaron a desprenderse de sus paquetes, y se le iban cayendo al piso sin que él se percatara. No fui la única en notarlo, pero nadie reaccionaba. Congelados, temían hacer algo que les causara un problema. Temerosa por lo que pudiera pasarle, y movida por el cariño que le tenía, me levanté de mi puesto, fui hasta el punto donde cayó la primera pieza, y fui recogiendo, una a una, todas, persiguiendo incluso aquellas que los ventiladores, ubicados sobre nosotros, iban moviendo. A mis espaldas, los gringos, acompañados de los gerentes de la empresa, se acercaban. Consciente de eso, traté de ejecutar mi acción lo más rápido posible, pues ya no me era posible ver que tan cerca estaban. Sentía pena, además, por la forma de mi vestido, y porque en más de una ocasión el viento me jugaba una mala pasada.

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