A pesar de no estar del todo convencida, seguí el consejo de Susana. Decidí dar el beneficio de la duda a Sergio, y continuamos nuestra relación dos años más. Pero yo no fui la misma. Era desconfiada, celosa, controladora. No es una buena forma de usar el primer teléfono que tienes, pero lo llamaba a cada instante que podía, y siempre hacia preguntas del tipo: ¿Dónde estás? ¿Con quién estas? ¿Seguro que no me estas mintiendo? Pobre hombre, debió arrepentirse pronto de insistir para que me quedara con el Nokia. Tanta inseguridad era un fardo muy pesado para poder sacar a flote el velero de nuestro futuro. Para evitar que buscara en otra lo que yo no podía darle, le di todo de mí. Me volví complaciente y dejé que mi mundo girara en torno a él.
La vida tuvo que dar un golpe brusco para que pudiera despertar. Pero no me lo dio a mí. Susana quedó embarazada y su novio la dejó. Una voz en mi interior me dijo: también te puede pasar a ti. El mundo de mi amiga parecía derrumbarse. Cursaba el tercer año de Mercadotecnia, y tuvo que abandonar sus estudios para dedicarse a su hijo. Intenté estar a su lado y ayudarla en todo lo que necesitara, aliviar su carga, pero para mi sorpresa el hacer todo lo que hacía solo le causaba mayor remordimiento. Lo supe cuando una vez me dijo: "Perdóname, Amanda, no debí aconsejarte continuar con Sergio. Sé que no eres feliz". Lloró un rato y luego volvió a hablarme: "Sergio es mi amigo, y cuando te lo presenté pensé realmente que era bueno para ti. Tú me importabas. Pero ahora veo las cosas de formas tan diferentes. No quiero que te pase lo mismo que a mí"
Entendí muy bien a lo que se refería, y solo así pude recoger fuerzas para tomar la decisión que debía: dejar a Sergio. Luego, llegó la muerte de mi padre, y el mundo se me vino encima.
Entré en depresión. Pasaba largos ratos encerrada en mi cuarto. Las paredes, que hasta entonces parecían inanimadas, me decían que se sentían desnudas y que la pintura lila ya era muy opaca para su gusto. Los posters de amor, las fotos de mi relación con Sergio y los recuerdos de sus obsequios habían sido desterrados de mi reino. Me dolió mucho descubrir que solo una foto, una única foto, era la que tenía con papá, y me percaté hasta entonces de todo el tiempo que perdí. Revisé mi cámara fotográfica marca Philips, regalo de mi querido tío Fermín, y borré todas las fotos que ya no quería tener.
Fue hasta que nació Joseph, el hijo de mi amiga, que volvieron mis ganas de vivir, al menos de a poco. Parte de la culpa fue de Susana. Me pidió, no con palabras, más bien con gestos, que me convirtiera en la mejor tía para su hijo. No pude evitar dejar mi sello característico: llegué tarde al hospital el día del parto, a las charlas de bautismo y al bautismo (tuve el honor de ser la madrina), y también tuve inconvenientes para estar a tiempo en su primer cumpleaños. En una ocasión Susana me dijo: "Al menos esta sí es la Amanda que conozco" y nos echamos a reír.
Ella tenía parte de razón. En ese sentido, seguía siendo la misma Amanda, pero en otro, era distinta, con nuevas cicatrices en el corazón. Es cierto que lo de ser puntual no era lo mío, así que no era algo que cambiaría, menos después de que la vida me golpeara. También es cierto que mamá y sus profecías sobre mis fracasos seguía siendo una constante. Pero nuevos patrones en mí se asentaban. La ausencia de papá traía consigo una búsqueda de ese amor que se expresaba en palabras. Citas y citas se sucedían con uno y otro chico, pero el dolor del pasado no me dejaba avanzar, y las expectativas que tenía nunca fueron alcanzadas. Parecía imposible que mi corazón se pudiera volver a ilusionar. Y sin ilusión, no hay cambio.
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Llegaste tarde
RomanceUna chica caracterizada por su impuntualidad enfrenta un cambio drástico en su vida cuando adquiere su primer trabajo. El amor le impulsa a crecer humana y profesionalmente, pero la vida insiste en darle lecciones sobre el tiempo, puesto que la pers...