Francesca.
Enzo ha regresado a sus negocios, y aunque lo ayudé, me deja de nuevo en casa, aburrida y con mi pobre rutina de gimnasio.
El sonido de la puerta me atrae y ruedo los ojos cuando veo a Eros entrar, el mierdecilla no entiende que no quiero hablar con él. Se sienta en una de las máquinas lo ignoro mientras continuo mi rutina en la caminadora. Sus ojos no paran de comerme y deseo con fuerza, darle una aunque sea leve patada en las costillas para ver su expresión de dolor, no tiene derecho a mirarme de forma obscena cuando se ha burlado de mi y me ha mentido.
Han pasado al menos tres semanas desde la ultima vez que hablamos y parece ya estar recuperado, pero aunque toda esta semana ha venido constantemente a verme un rato en el gimnasio, no le he dirigido ni una sola palabra. Lo ha intentado, hablar conmigo, sin recibir más que una rápida y fría mirada.
—No puedes estar molesta conmigo para siempre— pues entonces no me conoce para nada, mi rencor puede ser mucho más grande que mi ambición y esa, es inmensa—solo respóndeme esto— murmura molesto mientras se levanta y se acerca a la máquina de correr—Si no me hubieses atacado cuando nos conocimos, ¿Sabría que tan buena eres peleando?—
Mis pasos se detienen cuando apago la máquina y uso la pequeña toalla para secar la humedad de mi cuerpo, sé que tiene razón sin embargo mi molestia sigue allí, latente porque no me di cuenta que me había mentido.
Su mano sale disparada y toma mi brazo con fuerza obligándome a verlo, mis ojos se topan con los suyos pero los míos echan chispas. Halo mi mano con fuerza y me suelto de su agarre. Sus labios se separan, está a punto de decir algo más, pero el sonido de mi teléfono nos interrumpe.
—Contesta — dice en cambio, mantengo mi rostro sereno mientras bloqueo la pantalla e ignoro la llamada— sobre la pregunta que te hice, no necesito que me contestes, porque sé claramente cual es la respuesta— agrega con una sonrisa seca que apenas se diferencia de una mueca en sus labios—Eres una hipócrita— comienza a alejarse y la rabia me ciega.
Tengo que pensar con calma, pero siento el impulso de abofetearlo y subyugarlo por lo que me acaba de decir.
—Es diferente— digo sin poder contener la respuesta dentro de mi y deteniendo sus pasos frente a la puerta, mi teléfono vuelve a sonar y esta vez rechazo la llamada con un gruñido.
—Dime, ¿Cómo es diferente?—
—Yo no hubiese fingido no saber pelear—
—¿Segura?—
No, quiero decir. Pero guardo silencio, él me mira antes de sonreír victorioso.
—¿Sabes cuál es la diferencia, Francesca? Que no estas acostumbrada a que alguien mienta tan bien como tú— dice y sale por la puerta dejándome muda.
Mi cuerpo sudado ahora está hirviendo, de la ira, del asombro y del repentino deseo que se ha encendido de nuevo.
Ira porque tiene razón en lo que dice, asombro porque nunca creí que su respuesta fuera tan acertada y que me haría sentirme ardida, atacada y con ganas de revancha. El deseo es porque me encantó que me enfrentara.
Pero, ¿Qué digo?, me regaño de nuevo, tengo que dejar de hacer esto. No puedo permitir que este tipo de cosas me cieguen y se interpongan en mi camino, de nuevo.
♡♡♡
Cuando cae la noche Enzo llega apurado a la casa. Aunque cena conmigo en el comedor está callado, masticando tan rápido su comida que dudo pueda pasarla por su garganta.
Una vez terminamos y subimos a la habitación entra en el armario, lo sigo curiosa de su actitud.
—¿Qué sucede?— pregunto cuando toma un bolso de viaje y comienza a llenarlo de ropa, cosas personales y sus armas.
—Debo salir de viaje urgentemente, no te daré detalles solo que es importante y si todo sale bien estaré aquí al finalizar la semana—una sonrisa se cuela en sus labios y parece un niño pequeño emocionado.
No puedo entenderlo, ni su actitud repentina, pero también sé que no me contará lo que pasa por ahora.
—Puedes seguir con las visitas diarias a la perra albanesa— dice sorprendiéndome.
—¿Sin ti?—
—No te preocupes, con que tu vayas será suficiente. Ya me demostraste en esa cena que puedo contar con tu ayuda y te dije que tienes mi confianza, así que encárgate de que suelte algo aunque sea lo más mínimo—
—Bien— accedo contenta—¿Puedo sacarla al jardín a pasear?—pregunto con cautela.
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Frenesí [+21]
RandomNací en la mafia, me crie en la mafia y me casé en la mafia. Mi marido y yo no solo somos letales, también mortales, nuestro clan es conocido como La Parca. Somos los reyes de todo Chicago. Todo estaba saliendo a la perfección, o eso creíamos; al me...