Lena empujó la vieja y arruinada puerta de aquella iglesia con facilidad, rompiendo el candado que la resguardaba. Se abrió de par en par, ella avanzó a pasos lentos y seguros, deteniéndose una vez pasado el umbral.Olfateó, escuchó, y observó... sus sentidos agudizándose, si caía una mínima partícula, ella lo sabría. Miró en cada rincón, pared, por el suelo y techo, en busca de alguna trampa o hechizo que pudiese obstaculizar su objetivo. Los bancos se encontraban en mal estado, y en posiciones descuidadas, algunos siendo solo trozos de astillas. Caminó por el centro del pasillo, hasta llegar al final, sus pasos haciendo eco en cada esquina.
Se detuvo, y fue cuando lo sintió.
Estaba siendo rodeada, desde afuera se oían el crujir de unas pisadas en la tierra húmeda.
No la sorprendió. Desde las ventanas se podía ver el brillo resplandeciente de la luna en su punto más alto, iluminando todo, ellos creían tener ventaja. Ella se volteó y en la entrada, de pie, vio al cerebro tras la emboscada.Él avanzó unos cuantos pasos, siendo seguido por sus lacayos. Contó diez de ellos.
—¿A qué debo tu presencia, Reynolds?—inquirió ella, con voz suave.
Él sonrió ladinamente.
—Se comenta en el Barrio Francés y el Bayou que su cabeza tiene precio, reina mía... ¿Quién sería en mi posición si no aprovechara tal maravillosa oportunidad?—se expresó, elevando sus manos en el aire para dar énfasis y ejercer una leve reverencia ante ella.
—Una vez traidor, siempre traidor—señaló ella sin inmutarse—. ¿Tú no crees poder contra mi?
Miró a cada uno de sus acompañantes a su lado, respaldando. Reconoció todos los rostros, rostros que antiguamente pertenecieron y juraron lealtad a su manada.
—Siempre me subestimaste—gruñó él con desagrado—. Nunca fui lo suficiente, para ti o la manada. Eso cambió, y quedará más que claro en este lugar, aquí y ahora.
Hizo una seña con su mano derecha y comenzaron a rodearla, encerrándola en medio.
—Tu cabeza será mía esta noche, y seré muy feliz de enviar el resto de lo que sobre de ti a la familia Original... Ya puedo saborear la mirada de horror en el rostro de Klaus Mikaelson cuando le entregue a su bastardo parte por parte.
Ella sintió su piel erizarse y picar, preparándose para el inminente cambio, apretó los puños con fuerza.
Lo vio pasar todo rápidamente. Él efectuó su cambio, sacando a relucir su oscuro pelaje, garras y colmillos. Embistió en su dirección. Ella sin quedarse atrás, cambió. Sus largas garras, blancos colmillos y pelaje igual de oscuro que la noche misma sin luna. Se convirtieron en una bola enorme de pelos, que rasguñaba y pateaba, feroces gruñidos se oían en cada recoveco del antiguo edificio.