Capítulo 2

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Esto no podía ser.

El resto del grupo corrió hacia adelante, hacia Juilliard, donde la presentación estaba siendo dada. Pero Vanessa se quedó congelada en su lugar en la acera, detenida por la visión de una chica frágil, con el pelo largo y castaño.

Ella estaba esperando en la esquina de la parada del autobús, con los hombros al descubierto por encima de un vestido de verano de algodón, leyendo una revista. Sus brazos estaban salpicados de familiares pecas oscuras.

El corazón de Vanessa pareció detenerse. ¿Podría ser?

Lentamente, Vanesa se acercó, abriéndose paso entre la gente que estaba en la acera hasta que estuvo a unos centímetros de distancia de la chica. Ella dio un paso más cerca, mirando la delicada piel de su hermana.

—¿Margaret?

Los tubos de escape de los coches que pasaban hacían que el aire fuese espeso. El largo pelo rojo de Vanessa voló sobre su rostro.

La chica miró sobre su hombro, su cara extranjera y extraña.

Vanessa se puso rígida.

—Oh, lo siento, —dijo, y se alejó. Sintió una mano en su brazo y, asustada, saltó.

—¿Estás bien? —pregunto Saffie.

Vanesa asintió.

—¿Qué estabas haciendo?

—Me pareció ver a alguien que conocía, —dijo Vanessa, su mirada persistente en la espalda de la chica—. Pero es estúpido, ¿verdad? Quiero decir, Nueva York tiene millones de personas. ¿Cuáles son las posibilidades de encontrar una persona entre todos ellos?

—Yo no creo que sea una tontería, —dijo Steffie suavemente.

Vanessa se quedó mirando la avalancha de gente en la acera y las abarrotadas tiendas y casas de piedra y rascacielos que las enmarcaban. Las ventanas que salpicaban los costados de los muros se veían minúsculas desde la tierra, y de repente hicieron que Vanesa se mareara al pensar que una persona vivía detrás de cada pequeño cuadrado de vidrio, miles de ellos sólo en este radio de tres cuadras. Su hermana estaba aquí en alguna parte.

Y por eso había venido a Nueva York: quería encontrar a Margaret.

—Vamos, —dijo Steffie—. Llegamos tarde.

Cuando se encontraron con los otros, ellos estaban de pie delante de una puerta de madera, mirando perdidos.

—Pensé que estaba aquí, —dijo Elly, mirando por el pasillo lleno de estudios de danza—. Pero la puerta está cerrada.

—Tal vez la cerraron porque llegamos tarde, —dijo Blaine.

—Aquí, voy a intentarlo, —dijo Vanessa. Usando todo su peso, ella le dio a la puerta un empujón firme. Ésta se abrió, y los cinco se apresuraron a entrar.

Estaban en un gran estudio de ballet. Espejos se alineaban en las paredes, lo que reflejaba la cálida luz y hacia que la habitación pareciera interminable. Todo el cuerpo estudiantil estaba sentado en el suelo, mirándolos.

—Que interesante, —dijo una mujer con un ligero acento alemán, escrutándolos. Era tan baja que Vanessa apenas la había notado. Era de mediana edad, su cuerpo claro y en cuclillas, con piernas gruesas y pelo marrón apagado—. Vuestro primer día y vuestra hora ya está mal.

—Lo sentimos, —espetó TJ—. Nos perdimos.

La mujer entrecerró los ojos hacia ellos. Su cara era redonda y materna como la esposa de un granjero, su mirada era severa, pero de alguna manera todavía amable.

Dance of shadowsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora