Vanessa enrolló un par de medias, apretando los hombros mientras se deslizaba en un vestido, cerrando la cremallera hasta arriba. Rápidamente, se pasó un peine por el pelo, domesticándolo con un pasador. Sus mejillas estaban sonrojadas. Se aplicó un poco de maquillaje, una capa de brillo en los labios —muack— y estaba lista. Se inspeccionó en el espejo, y, alisándose el cabello por última vez, miró el reloj.
Un minuto pasadas las ocho. Llegaba tarde.
Tomando su bolso, corrió fuera de la puerta.
Una parte de ella no creía que él realmente aparecería, que había planeado toda la cita en su cabeza o que de alguna manera huiría de ella, de la misma manera que su nota lo había hecho. Pero cuando llegó a la fuente en el medio del Lincoln Center Plaza, ahí estaba él, su silueta tan real como el agua brillante que caía detrás de él en gotas, su cuerpo delgado empaquetado en un traje negro elegante como un regalo. Estaba de espaldas a Vanessa, sus manos descansando casualmente en sus bolsillos.
—Zep, —dijo ella, y llegó hasta tocar su hombro.
Él se dio la vuelta, la luz atrapando su cara con un brillo de calidez.
—Vanessa, —dijo él, asimilándola—. Luces... —Sus ojos la recorrieron mientras buscaba la palabra correcta—. Fuera de este mundo.
Ella sonrió, agradecida por la oscuridad, él no podría ver su sonrojo. Empujó un mechón de cabello fuera de su cara.
—¿Yo? —dijo con una carcajada—. No, solo soy una chica normal que vino a Nueva York para convertirse en bailarina.
Zep rió.
—Entonces, ¿eso significa que no tendrás pensado tener solo una regular noche de viernes en Nueva York conmigo?
Vanessa sonrió y negó con la cabeza, luego sintió que alguien la miraba cruzando la plaza. Justin.
—Bien, —dijo Zep, y se volvió hacia Broadway.
Pero Vanessa no lo siguió. Justin se quedó debajo de las luces, su mirada firme y casi melancólica, como si verla con Zep lo hubiera congelado en el lugar.
Zep le dio una mirada interrogante.
—¿Está todo bien?
Vanessa sintió una oleada de culpa a la vez que Justin le daba la espalda y se alejó. Pero ¿por qué? Ella no le debía nada. Miro a Zep y sonrió.
—Entonces, ¿a donde vamos a ir?
—Oh, —dijo Zep con un brillo travieso en los ojos—. A un lugar normal.
Guió a Vanessa cruzando la calle, por las escaleras, y en el metro, en el que se escurrieron en un tren lleno de gente. Música y charla llenaron el coche, junto con lápiz labial, tacones altos, pendientes grandes, mochilas y zapatillas de deporte. La gente empujó detrás de ellos, presionando a Vanessa contra el pecho de Zep.
El vagón se estremeció en un comienzo, y de repente Vanessa se sintió viva. Se agarró al poste mientras se apresuraban al centro, las ruedas chirriando contra los rieles, haciendo que todos se balancearan de atrás hacia adelante en una lenta y coreografiada danza. Las puertas se abrieron, y tres hombres con guitarras y sombreros abordaron y comenzaron a canturrear en español, su música deslizándose a la vez que el tren arrojaba a todos alrededor de una curva. Vanessa chocó con Zep, quien la atrapo justo antes de que ella cayera al suelo, su mano firme alrededor de su cintura como si estuvieran emparejados en un dueto.
—¿Estás bien? —preguntó él, sus labios tan cerca que ella casi podía saborear sus palabras.
Vanessa estaba a punto de asentir cuando una sacudida del tren los separó, empujándola hacia uno de los guitarristas.
—¡Lo siento! —dijo. Zep cerró su mano sobre la de ella en el poste, sosteniéndola constantemente hasta que el tren a su alrededor pareció desdibujarse y los últimos vestigios de Justin se deslizaron fuera de su mente.
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Dance of shadows
Подростковая литератураBailar con alguien es un acto de confianza. Elegante e íntimo, estás lo suficiente cerca para besar, lo suficiente cerca como para sentir los latidos del corazón de tu pareja. Pero para Vanessa, la danza es mortal... y debe ser muy cuidadosa en quie...