Callejeros

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Suguru no podía dormir y no sabía a ciencia cierta el por qué; pero, igual quería averiguarlo para poder echarse una pestaña.



Vió por una de las grietas de la caja de madera a la que le llamaría "casa" a la luna iluminando todo, en su mero esplendor, cada parte del sitio: los catres viejos, una vela derretida por la mitad y una de las cajetillas de Sukuna —las cuales Yuuji tenía prohibido tocar— al igual que un pequeño poster de una tipa rubia junto a un calendario que decía "pollos hermanos Rodríguez".
Esa noche tenía casa sola ya que Yuuji se había ido a pasear por ahí, y Sukuna le dijo que iría a comprar algo para cenar ya que quería algo diferente.

No tenía reloj para asegurarlo, eso sí, pero sentía que habían tardado más de lo esperado. Ya hasta la cena de los demás chicos en la obra había terminado, y no era mentira, los pelirosas estaban por ahí y él solo se quedó por su flojera. Aunque más bien, se quedó pasmado recordando el encuentro que tuvo con el patrón.

«No me llames de usted, solo dime Satoru»





Pero, pensándolo bien, quizá era más por Yuuji que por él mismo.





¡Agh pero qué más daba!

Una vez, luego de que el menor se escapara con un tal Megumi en medio de la noche —y lo obligara a acompañarlo como guardaespaldas porque le daba cosa salir a esas horas— le contó sobre el patrón supremo. Era algo insoportable, y decía muchas idioteces, sin embargo, con él era muy amable e incluso, le llegaba a regalar dinero para salir con el pelinegro.



Era algo así, como dirían en el pueblo, el padrino de bodas.



Estaba sólo a fin de cuentas. Era verdad que no conocía bien la ciudad ya que en meses era imposible conocerla entera, pero, ¡Sí que conocía lo que tenían en frente de la calle!

Solo necesitaba un pequeño respiro.


Algo frustrado por no poder acomodar su zapato roto a gusto —y molesto por olvidar que tenía que ir al tianguis para echarle el ojo a unos nuevos—, fue que se encontró con la vista de la ciudad nocturna.
Las farolas del alumbrado público estaban en perfecto estado, y en realidad, todo lo estaba. La arena y la cal estaban regadas por todas partes fuera del edificio junto a tumultos de azulejos y tabiques, pero aún así, no se le hizo la gran cosa. De hecho todo él estaba lleno de polvo.

Había prioridades, entre ellas, una buena ducha, pero eso sería luego.






A la distancia una extraña neblina se apoderaba de la vista, y alcanzaba a distinguir una pequeña sombra. Pensó inmediatamente que se trataba de Yuuji por lo bajito y su extraño caminar, así que solo le gritó que por qué se había ido a tardar tanto tiempo.

Pero al acercarse, se dió cuenta que ese no era Yuuji.



Un muchacho flacucho, pelinegro igual que él pero con su cabello super corto, temblaba de frío mientras jalaba de su chaqueta azabache para poder calentarse.
Suguru cuestionó un poco la acción de aquel tipo, comparándolo con Yuta y sus temblores horribles, ya que ni siquiera hacía frío.




Es más, estaba haciendo mucho calor como para que fuera de noche.


Pero no pasó mucho para que el muchacho cayera en seco sobre el pavimento, al parecer, desmayado.

—Ay no...


Suguru volvió a picarse el entrecejo con su pulgar, algo nervioso por lo que debería hacer ya que la última vez que se acercó a alguien, —sobre todo en situaciones poco convencionales—, terminaba por caer en un círculo vicioso de alegrarse para avergonzarse, terminando por resignarse a su precaria situación.

| En La Obra | ] SatoSugu [Donde viven las historias. Descúbrelo ahora