En la obra

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Si Sukuna tuviera que hacer un resumen de todo lo que pasó durante esos meses, —de hecho, casi un año— con su vida en general, diría que jamás, ni cuando era niño y recién terminaba de escapar junto con Yuuji del pueblo de donde mataron a sus papás, le fue tan relevante un solo lugar. En este caso: La obra del estudio Gojo.



—¿Y esos chicos que andan contigo, quiénes son o qué?





Y sí, podía decirse que era la primera vez que le invadía la nostalgia por el hecho de que en un inicio, el trabajo en esa obra fuese el último para por fin consolidar sus ahorros y hacerse de su estudio en dónde, de forma irónica, terminaba por recordar lo ocurrido con Suguru Geto en ese amanecer fríolento, o lo mismo en una noche tibia con Yu Haibara.

Y era atemorizante ver cómo era que pasaba el tiempo.




—Unos amigos...—Respondió él, que estaba sentado con una sombra bastante familiar al lado suyo en el parque de la zona galante de la ciudad, dónde estaba el ya inaugurado "Estudio Gojo".
—pero la verdadera pregunta aquí es: ¿en dónde diablos se había metido todos estos meses el señorito Uraume?



—¡Ja! ¿y esa consideración? Recuerdo cuando eras un chiquillo... te comportabas como todo un cabrón.



Y el tiempo era tan irreversible.


Su llegada a la ciudad fue tan severa que ni él mismo se había planteado lo que tenía, quería y debía hacer para sobrevivir en ese instante. Sobre todo por el factor de tener una pequeña sombra pelirosa siguiéndole porque era él, Ryomen, el único que tenía como ejemplo a seguir, siendo que a fin de cuentas él también era tan solo un niño.

En esas movidas, Sukuna intentó salir adelante, y aunque había días dónde quería rendirse, comprendió que alguien como él no podía morir en la raya. Después de ver a sus padres morir de incontables balazos, luego de huir a la ciudad caminando horas por la carretera con su hermano en su lomo o en brazos, y sobrevivir al calor, la noche, el día, el frío y el hambre en las calles de la atemorizante ciudad, supo que no podía dejar el juego aún.


—¿Quién te ha dicho que ya no lo soy?




Y fue en un intento de supervivencia que de pura casualidad conoció a Uraume, uno de los aprendices del padre de Satoru Gojo.




—¡Bueno! Solo por ser tú, te lo diré...—Especificó él, con superioridad, ganándose un suspiro cansino del tatuado.—Estuve en el bote. Pero no sucedió nada, Gojo vió por mí y preparó todo.



—¿O sea que ya te habían dicho...?








—¿Que me iban a arrestar? ¡Pero claro! tú mejor que nadie sabe que las cosas que lleven "Gojo" delante jamás serán legales.






Con una risa inconsciente Sukuna dejó entrever una sonrisa, algo que Uraume tomó como regalo de bienvenida.

Era una noche tranquila en ese enorme parque que él mismo había visto ser construido. En el fondo, el leve relato del albino liberó algo que escondía y se fue yendo de su pecho, como una cadena que le impedía respirar con seguridad gracias a los meses que estuvo solo. Sukuna había cambiado desde esa, la última vez que lo vió y habían peleado por una tontería cuando en el fondo, los dos sabían que iban a regresar a hablarse como siempre sin importar qué.

Al final era un hecho que si el mundo acababa solo se tendrían el uno al otro.


—¿...entonces por eso Shoko y Utahime estaban tan movidas?






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