La charla

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Hace algunos meses atrás, antes de que la temporada de lluvias entrara en vigor, la obra estaba hecha un desmadre desde las seis de la madrugada hasta las cinco y pico de la tarde.

Chicos corriendo de allá para acá con un reguero de cemento o arena en el suelo por el que podían tropezar; uno que otro lastimado por cortar losetas, y otros muchos que tenían que rellenar trabes, ocultar varillas o de plano cargar material a los pisos más altos, esto para que a la hora de llegar a resanarlos o darles mano de obra no se perdiera tiempo en transportar lo necesario.


Megumi podía ver a lujo de detalle el contraste de la ajetreada obra de hace algunos meses con la de ahora; mucho más callada que de costumbre, con la mayoría de muchachos esperando en las casas de cartón a que la lluvia terminara o encerrados en el edificio terminado detalles.



—Gojo planea traer más gente... ¿ya sabías?


Durante las tardes nubladas era raro ver a Gojo asomarse por los balcones de los pisos altos, algo que de hecho era bastante común antes y que sin embargo, dejó de hacer de un momento a otro.
Nanami en uno de sus recesos le llegó a explicar que eso se debía a sus encuentros con Suguru Geto, uno de los obreros, al parecer, un campesino. Y, aunque el rubio tampoco podía dar a juzgar mucho a Satoru por su situación propia, jamás estuvo equivocado.

Era totalmente real. Gojo se encerraba con Geto en el piso veintiocho dónde se quedaban a solas por horas, en otras ocasiones hasta un día entero, y nadie sabía que era lo que hacían. Yuuji llegó a comentarle que cuando le preguntó directamente a Suguru sobre ello, el pelinegro juraba hasta por su madre que no tenía nada que ver con el albino —aclarándolo sobre todo en el ámbito sexual, gracias a la gran imaginación de Yuuji— dejándolo algo avergonzado, porqué Megumi sabía de la falta de vergüenza que tenía Yuuji.





—Creí que ya estabas al tanto...—En esos instantes, padre e hijo se encontraban a las afueras de la obra en una noche fría, gracias a que el resto de la tarde se la pasó lloviendo a cántaros. Lo peor era que Megumi tenía la piel demasiado sensible y se quemaba por el maldito frío.

—...cómo te la pasas con los arquitectos y eso... La verdad que ni le tomé importancia





Sus conversaciones eran raras, y casi no pasaban tiempo juntos. Eso porque Megumi estaba con Gojo y sus agremiados tomando "clases", mientras Toji iba a peleas de gallos super ilegales que se realizaban en lugares aislados, dónde iba a ganar o a perder su salario.


—Ya veo...



La verdad era que para Megumi estaba mucho mejor pasar tiempo lejos de su padre. No lo conocía y la verdad tampoco estaba interesado en hacerlo. Con saber que estaba vivo por ahí, que comía y dormía era suficiente para él.

Pero por otro lado, también se sentía un poco extraño. Yuuji siempre le contaba sobre lo duro que fue para Sukuna sacarlos a ambos adelante sin una figura paterna que diera la cara por ellos; y sí, era verdad que Gojo luego de un tiempo se convirtió en esa figura que les faltó. Pero nada ni nadie podía sustituir a un padre nunca, y él, mejor que nadie lo sabía.

Estando recargados sobre la camioneta de carga en la que habían traído a la mayoría de muchachos de la obra, con Toji fumando un cigarrillo, y Megumi tratando de ocultar sus escalofríos, esperaba a Yuuji para irse por ahí, preguntando serio:

—¿Qué harás cuando la obra termine?




La pregunta sonaba tan estúpida, sobre todo porque ya sabía la respuesta. Sin embargo, a Megumi le aterraban todos los cambios que conllevaba el hecho de que la obra terminara porqué, para empezar, el corporativo era la cereza del pastel de las construcciones de Satoru, básicamente su centro de operaciones, "el gran estudio Gojo".

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