Los patrones

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—¿Entonces qué harás luego de que acabemos el edificio, Suguru?




La manera en la que cada una de las situaciones por las que pasó Suguru Geto fueron escalando desde que se encontró con Toji, el reclutador de una obra en un día soleado después de arar las tierras de su padre y, poco después, haber llegado a la ciudad era parecido a una crónica, como de un documental de televisión abierta.

Para él, la ciudad era un mundo nuevo que le era completamente ajeno, y en cierta medida, lo asustaba. Era cierto que su madre le había platicado sobre lo que significaba, y de alguna manera, él siempre había soñado con irse a ese lugar a donde iban a parar los autos que corrían sobre la carretera que veía a diario desde que era niño.





—¡Agh, lo que se ve no se pregunta!—Respondió Yu a Maki que estaba sentada a un lado suyo en su catre. Se había ido a colar al dormitorio porque andaba de chismosa.
—¿Qué no ves que va a ser el nuevo patrón junto a Gojo? Para no extrañarse tanto~




—Síguele, síguele para que te queme con Nanami...






—¡Eso qué! —Rió la femenina dándole una palmada brusca a Haibara, sacándole un poquito el aire.
—¡Sí estos dos segurito ya se conocen hasta encuerados!











—¿Por qué está Maki aquí, Dios?




«¡He aquí la lista actualizada de estupideces que ha cometido Suguru Geto los últimos cinco días!:
¡La número trece! ¡andar oficialmente con el patrón! »







—¿Quién va a encuerar a quién?

¡Lo que faltaba!






—¡Yuuji, qué bien que te veo! ¿No has visto al lisiado del Yuta?








La situación en los dormitorios era algo extraña, pero tampoco era como si alguien la analizara muy a fondo.

Resulta que con eso del ultimátum, algunos de los muchachos que andaban chambeando de obreros simplemente se retiraron y dejaron todo botado. Ante eso, y una que otra demanda por un último pago bien remunerado hacía Nanami, el contador; tanto los arquitectos como los maestros de obra terminaron por llamar a las muchachas que había traído Toji junto a Maki para terminar a cómo quedarán los pisos veinticinco y veintiséis: los últimos que necesitaban mano de obra pesada ya que ni siquiera contaban con ventanales y revestimiento.



¡Todo eso para que se terminaran en menos de tres días!





—Lo ví con su wey en el piso ocho.— Contestó el pelirosa, que recién se dignaba a aparecer por los dormitorios desde la noche anterior, después de estar en quién sabe dónde.
—pero creo que lo andan regañando por andar de drogo.





Por eso, y un montón de cosas más, ya nadie sabía qué carajos se suponía que estaba haciendo ahí. Al principio se les iba a otorgar otro espacio a las chicas —ya que la mayoría estaba bastante reacia a compartir su espacio con un montón de obreros que ni leer sabía— pero se terminó por decidir que se acomodaran dónde pudieran, siendo así que algunas se quedaban en las primeras plantas del edificio, o en los dormitorios desocupados.

Y no era que esa situación le molestara a Suguru, era más bien, que ya ni reconocía la obra a la que llegó a trabajar, cosa que de alguna manera, terminaba por ponerlo nostálgico.






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