Pasaron un par de días y Anthony despertó a Rose.
—Buenos días. —La saludó mientras le quitaba las sábanas.
Rose gruñó y se tapó la cabeza con la almohada. La joven intentó coger la sábana para taparse el cuerpo que estaba desnudo.
—Venga, dormilona. —Volvió a repetir el duque mientras se colocaba encima de su mujer y le daba besos por su torso desnudo.
— ¿Qué hora es?
—Son las seis.
—Pero si es muy temprano.
—Prepárate que nos vamos al lago.
— ¿Al lago? —Rose abrió los ojos sorprendida sacando la cabeza de la almohada.
—Sí. Nos vamos de excursión.
Tardaron un poco más de lo esperado en salir de casa, y es que tenían que terminar lo que habían empezado. Cuando finalmente llegaron, ya el sol calentaba bastante.
El lago estaba un poco alejado de la ciudad, y estaba rodeado de árboles y plantas. No había nadie en ese momento, cosa que la pareja agradeció. Estuvieron andando durante un buen rato por allí, hasta que Rose "sin querer" salpicó a su marido con el agua de la orilla.
—Perdón. —Se disculpó sonriendo.
— ¿Por qué será que no te creo? —Le preguntó mientras le salpicó de nuevo.
— ¡Anthony, no! —Rose comenzó a correr huyendo de su acompañante, mientras que éste la perseguía entre risas.
Siguieron así durante un buen rato, uno detrás del otro. Hasta que al final, Anthony se resbaló y cayó al suelo. Rose asustada se acercó a él.
— ¿Estás bien? —Le preguntó mientras le examinaba.
El joven tenía los ojos cerrados y no se movía, lo que preocupó más a su esposa. La joven se subió encima de él, con las piernas abiertas, intentando escuchar su respiración, cuando de la nada Anthony se incorporó y la empujó al lado, quedándose él encima de ella.
— ¡Me habías asustado! —Le regañó mientras se reía.
Y es que no solo Anthony estaba encima de ella, sino que había colocado sus manos sobre las de ella, presionándolas para que la joven no se moviera.
—Esto es por mojarme, —le dijo mientras bajaba una de las manos por la pierna de Rose— y esto porque quiero. —En esa ocasión, el joven comenzó a besarla.
Mientras nuestra primera pareja estaba entretenida, Amelia había salido de casa de nuevo para pasear a Lunes. Al principio no le hacía mucha ilusión pasear al perro tres veces al día, pero con el tiempo, se dio cuenta de que era una buena distracción. La obligaba a salir de casa y que su vida no girara únicamente en torno Gilbert, sino que tenía más cosas que hacer.
Lo que la joven no se esperaba era que en el mismo sitio donde había visto a Gilbert con Sabrina, lo encontraría de nuevo. Pero esta vez, aparte de él estar con la bailarina, le estaba dando un sobre. Amelia ya no sabía qué hacer, si irse por dónde había venido o por el contrario, seguir adelante y saludarlos. Justo antes de tomar una decisión, vio como Gilbert se daba cuenta de que ella estaba allí. Que los acababa de ver. El joven fue hacia ella rápidamente, pero de nuevo, y gracias a la multitud de gente que había por la calle, tanto Amelia como Lunes se refugiaron en la casa de su madre.
A los pocos minutos de llegar y antes de que Amelia pudiera siquiera saludar a su madre y hermanas, Gilbert apareció casi sin respiración.
—Amelia, déjame que te explique.
—No sé si tienes algo que explicar. El otro día te vi con ella y no me dijiste nada. —Le respondió mientras entraba dentro de la casa, dejando a Gilbert solo en la entrada.
—Por favor.
— ¿Qué tenía el sobre, Gilbert?, ¿por qué tanto secretismo? —Se giró, mirándolo fríamente.
—No lo puedo decir, le prometí que no lo contaría.
—Perfecto, valen más sus promesas que las mías. Entonces, ¿qué es lo que puedes decirme? —Amelia siguió andando.
El conde se adelantó y le cortó el paso.
—Que no es lo que parece. Que no ha pasado nada. Amelia, tienes que creerme.
—No sé qué creer. La otra vez me dijiste lo mismo, esta es la segunda vez que me dices que no pasa nada. Pero si no pasara me lo contarías. —Respiró profundamente—. Cuando quieras ser sincero, ven a buscarme. Hasta entonces, me quedaré aquí. —La muchacha lo apartó y subió las escaleras con dirección a su cuarto, de donde no salió en todo el día.
Gilbert no sabía qué hacer. Quería contárselo pero había hecho una promesa. Tenía que hablar con Sabrina. Rápidamente se marchó de allí en busca de la bailarina.
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Por culpa del baile
Historical FictionAnthony y Gilbert siempre han sido íntimos amigos, al igual que la hermana del primero, Amelia, con Rose, la hermana del segundo. Desde pequeños los Sterling, junto con Anthony, se dedicaron a hacerle trastadas a Rose, quien a pesar de todo el tiem...