Capítulo 16

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Querido lector, supongo que se preguntará qué hacen nuestros protagonistas aparte de asistir a bailes, dar paseos y tomar el té. Y tiene razón, nuestras amigas no hacían mucho más aparte de tocar el piano, leer, escribir cartas y pintar; tampoco es que se esperara algo más de ellas. En cuanto a nuestros muchachos, podríamos decir que ellos hacían las cuentas y trabajaban, y en sus ratos libres, aparte de asistir a bailes, dar paseos y tomar el té, iban al club. Allí solamente había hombres, y quizás alguna que otra mujer, y hablaban de aquellas cosas que quizás no estaban tan bien vistas que se hablaran en presencia del sexo opuesto.

Allí se encontraba Gilbert tomando un vaso de whisky pensando en el encuentro tan inoportuno con Amelia y la bailarina. No paraba de repetir la escena una y otra vez en su cabeza, maldiciendo su descuido. No había pasado nada ni él tenía intención de que aquello hubiera pasado pero Amelia no había querido escucharlo. Se había ido tan rápido que ni siquiera le había dado tiempo a procesar todo lo que había pasado.

Y sumido en sus pensamientos se percató de que el señor Abernathy, junto con los señores St. Clair y Richardson, acababan de entrar por la puerta. Se saludaron pero estos tres últimos se sentaron en la mesa de enfrente. Al principio Gilbert seguía recordando la reacción de Amelia, castigándose, pero de repente escuchó como en la conversación de enfrente se decía el nombre de la joven.

—Por lo que veo, se podría decir que tiene asegurado su matrimonio con la señorita Lockwood. —Dijo el señor Richardson.

—La verdad es que sí. Todavía no lo hemos oficializado pero yo diría que está más que asegurado.

—Pero aún no le ha pedido matrimonio, ¿no? —Quiso saber el señor St. Clair.

—No, lo haré la próxima vez que la vea.

Se hizo un silencio entre los tres caballeros. Gilbert miraba su vaso intentando disimular que lo estaba escuchando todo.

—Le ha tomado bastante tiempo. —Comentó St. Clair.

—La verdad es que sí, pero tenía que conocer a la señorita Lockwood lo mejor posible. Además, así también alejaba a cualquier posible pretendiente. Ahora, aparte de mí, no hay nadie más interesado en ella, por lo que si no quiere quedarse como una simple solterona como posiblemente le pase a su amiga, no le queda otra opción. —El señor Abernathy dijo en voz baja la parte en la que se refería a Rose, aún así, Gilbert lo escuchó y apretó los puños, pero se contuvo para intentar escuchar un poco más. No quería anticiparse.

—Bueno, nunca se sabe lo que puede pasar. —Dijo el señor St. Clair encogiéndose de hombros.

—Menos mal que te la quitaste de en medio, señor St. Clair, hay que tener ganas de aguantarla todo el día con el carácter que tiene. —Logró decir Abernathy—. Menos mal que se puso en evidencia antes de que os comprometierais.

Eso colmó la paciencia del conde Sterling. Bebió de un trago lo que le quedaba en el vaso y se dirigió rápidamente hacia dónde se encontraban los tres caballeros, aunque como podrá intuir llamarles caballeros sería un insulto para los que realmente lo son. Una vez allí, le golpeó con el puño en la cara al señor Abernathy.

—Esto es por mi hermana. —Volvió a golpearle la cara—. Y esto por la señorita Lockwood. Espero que le rechace. —Se giró hacia el señor St. Clair apuntándole con el dedo—. Y a usted, que sepa que antes de casarse con mi hermana, en el caso de que eso hubiera pasado, primero tendría que pedirme permiso a mí y en la vida se lo hubiera dado.

Y después de decir todo aquello, salió del club mientras estiraba la mano derecha. Ésta estaba roja y dolorida. No sabía a dónde se dirigía hasta que se vio llamando a aquella casa blanca con el pomo dorado.

Por culpa del baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora