Capítulo 24

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Por fin llegaron a Londres después de casi dos meses fuera. Las dos parejas se establecieron en los apartamentos de soltero de los muchachos. Querían aprovechar el máximo de tiempo posible solos durante un tiempo, más adelante ya se vería. Ninguno tenía prisa.

Amelia y Gilbert llegaron a la casa, sin creerse que la luna de miel ya hubiera acabado. El conde tenía que volver a las reuniones y encuentros, y era lo que menos le apetecía pero era su deber. Pero lo haría más adelante, hoy acababan de llegar y estaban cansados, al día siguiente volverían Rose y Anthony, por lo que estarían bastante ocupado con ellos. Tenía dos días más de libertad antes de ponerse manos a la obra. Y los quería aprovechar lo máximo posible.

— ¿Qué te parece? —Le preguntó Lord Essex a su mujer en la entrada.

—No es la primera vez que estoy aquí. —Le respondió la joven sonriente.

—Lo sé pero en los dos días que estuvimos aquí apenas tuvimos tiempo.

—A Lunes parece que le gusta.

Gilbert miró al perro que estaba a su lado. Aún no se creía que había permitido que su mujer adoptara a un perro. Y ni siquiera era de raza. Amelia se lo encontró por la calle, abandonado y sucio, pocos días antes de volver, concretamente justo después de caerse del caballo. Le había pedido quedárselo para hacerle compañía cuando él no estuviera en casa. En un principio el conde se había negado pero no le costó demasiado convencerlo, y más con esos ojos, y la cara de ilusión que tenía cuando lo llevó dentro, eso y el remordimiento por haber sido la causa de que se cayera del caballo. Eso fue un factor importante. Y el perro era muy agradecido. Eso no lo podía negar.

—Sigo sin entender por qué le pusiste ese nombre. Debería llevar un nombre más de perro como... no sé... Manchas, Toby... no sé... no Lunes.

—No puedo creer que todavía no hayas caído en el nombre. —Le dijo su mujer con desaprobación mientras se dirigía a la entrada y cogía una de las cartas que había en la mesita, cuando vio el remitente sonrió para sí.

— ¿Por qué debería serlo? Los lunes no son precisamente los mejores días de la semana.

—Hubo uno que sí.

Gilbert la miraba sin entender nada.

—Fue un lunes cuando me pediste matrimonio. Cuándo me rogaste que no me casara con el señor Abernathy. —Le respondió sonriente.

— ¿De verdad? —Preguntó el muchacho con los ojos abiertos de la sorpresa.

—Sí, ¿pensabas que le pondría ese nombre por otra cosa?

El joven se acercó donde estaba su esposa y la beso apasionadamente.

—Te quiero. —Le dijo mientras le besaba la frente aún teniéndola cogida por la cintura.

—Tienes una carta. —Le informó la ahora Lady Essex tendiéndole la carta que había cogido antes.

—Qué raro, —dijo mientras miraba el remitente— es del doctor Kepler.

—Ábrela a ver qué dice.

Gilbert se separó de su mujer y abrió la carta. Pensó que serían facturas pero le parecía un poco extraño porque no habían necesitado ninguno de sus servicios. Quizás se trataba de unas facturas que olvidó abonar... aunque nunca le había pasado. Cuando se puso a leer, Amelia pudo ver como los ojos de su amado se iban abriendo cada vez más. Parecía que se le iba a salir de las órbitas en cualquier momento.

—Bueno, ¿qué dice?

—Me ha invitado a ir mañana por la mañana a una de sus clases como oyente.

Por culpa del baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora