Capítulo 27

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En el lago donde la pareja de duques se encontraban, decidieron que era un buen momento para almorzar. Estiraron un mantel que habían traído y comieron.

—Gilbert ha dejado que Amelia tenga un perro. —La joven intentó tantear el terreno.

—Sí, me lo ha dicho. —Rose miró a Anthony con los ojos abiertos—. No. No lo intentes.

—Pero, ¿por qué no?

—Me han contado lo del pez.

— ¡Era muy pequeña! Y no fue porque no lo cuidara sino que lo cuidé demasiado.

—Demasiado. —Repitió en duque—. Aún así no.

—Amelia me ha dicho que es porque te dan miedo.

—Eso no es cierto, no me gustan que es diferente.

— ¡Por favoooooooor! —Volvió a insistirle a su marido.

—No. Y no hay más que hablar. —Anthony finalizó la conversación.

Siguieron comiendo aunque Rose tenía el ceño fruncido, tenía que pensar en hacer algo para que cambiara de opinión pero estaba falta de ideas. Quizás tenía que hacer como su amiga y buscar un perro en la calle y acogerlo. Si lo traía así, Anthony no podría decir que no. En verdad, pensándolo fríamente, la joven sabía que seguiría diciendo que no, pero era más probable que le dijera que sí. Menos era nada.

—Te van a salir arrugas de fruncir tanto el ceño.

—Bueno, ya estoy casada. Ya no tengo que impresionar a nadie.

—Vaya, gracias. —Le respondió su marido poniendo la mano en el pecho como si le doliera.

Rose se levantó hacia el lago, quería alejarse de su marido porque estaba bastante dolida. Antes solía conseguir lo que quería con más facilidad y con Anthony las cosas no eran tan fáciles. El duque la miraba atentamente, como si no se fiara de lo que la joven pudiera hacer sin su supervisión. Bastante cerca de la orilla del lago, Rose visualizó una barca que estaba bastante cerca. Se acercó a ella y cogiendo uno de los remos, llamó a Anthony:

— ¡Vamos a montarnos!

—Rose, no creo que sea buena idea. —Le contestó mientras se acercaba a dónde estaba ella.

— ¡Venga! Me has dejado sin perro, ¡vamos a navegar un poco! El lago no es muy profundo y estaremos cerca de la orilla ¡Vengaaaa! — Insistió.

Anthony frunció el ceño pero finalmente terminó accediendo.

—Bueno... pero un ratito.

— ¡Bien! —Exclamó Rose mientras lo abrazaba.

Rápidamente se metieron dentro del agua. Anthony no podía evitar mirar la cara de su mujer. Ésta estaba iluminada a causa del sol. Estaba disfrutando como una niña pequeña. Mientras la observaba se dio cuenta de que sería capaz de hacer cualquier cosa por verla así siempre. ¿Se había enamorado? El joven desechó la idea de la cabeza, no sabía si eso era amor pero le gustaba sentirse así. Le gustaba estar así con ella.

De repente, Rose se le acercó con la intención de coger uno de los remos.

—Déjame probar.

—Rose, no. Quédate dónde estabas.

—Pero quiero probarlo, un poco. Por favor.

—Rose, nos vamos a caer como no te estés quieta.

—Por favor.

Rose se levantó y al final ocurrió lo que Anthony había anticipado. La barca se giró y los dos acabaron dentro del agua. Mientras que el duque logró sacar la cabeza, su mujer se quedó atrapada debajo de la barca, sin ser capaz de salir de ahí.

Por culpa del baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora