XIII. Kanon

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Un golpe seco se escuchó detrás de la pared de la habitación donde Gato Negro y Rhadamanthys habían entrado unos minutos antes. Aiakos miró desde lejos a Minos, haciendo un sutil movimiento con la cabeza como si asintiera a la idea que tenía en mente el noruego.

Al abrir la puerta, vio a su compañero juez sobándose los nudillos de la mano, de donde salían finos hilos de sangre que se había provocado al golpear con todo su encono la pared. -Lo acabo de arruinar todo, Minos. No tengo a Kanon y acabo de perder a Gato Negro. Soy un completo pendejo, maldición- murmuró de tal manera que el de cabellera gris se acercó quedamente y se recargó en la pared, jugueteando con el hoyo recién hecho.

-No lo querías, ¿o sí? Era solo sexo, Wyvern. Puedes buscarte otra puta que haga lo mismo, aunque esta te lo hacía gratis porque le gustabas. Aiakos y yo pensamos que es tiempo de que te deshagas de este problema antes de que haga alguna tontería por la ridiculez del desamor. Nosotros podemos encargarnos, y tú puedes dedicarte a buscar a Kanon- con un tono serio le ofreció Griffon al británico, quien masajeaba su entrecejo, con movimientos repetitivos que mostraban su ofuscación.

-Una vez Gato Negro me pidió liberar a los prisioneros del bar. Podemos usarlos para atraerlo y entonces hagan lo que tengan que hacer Aiakos y tú, Minos. Ya no me interesa- y los ojos del Griffon brillaron con un destello de la más pura malicia. -Hecho. Gato Negro es nuestro, entonces. Nos lo acabas de entregar.

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Pasaron dos semanas completas y Gato Negro no apareció más el sábado, aunque Rhadamanthys ciertamente había acudido porque algo en su interior lo molestaba, y no quería reconocer que era remordimiento por lo ruin que había sido con aquel que le había obsequiado noches de febriles encuentros.

Ni siquiera se había aparecido en el bar desde que saliera huyendo con el corazón destrozado, y Milo comenzaba a angustiarse pensando en los posibles escenarios en que pudiere encontrarse el gemelo. Pero en el bar no todos sentían la misma angustia: Kanon era nuevamente un traidor como su hermano Saga, no querían saber nada de él.

La realidad es que Dragón Marino había entrado sigilosamente al inframundo a buscar el cuerpo de Saori con las indicaciones vagas que le otorgó Ikki de Fénix en su último encuentro. Y con emoción su corazón dio un vuelco cuando la halló, escondida en lo más recóndito de los Campos Elíseos; como pudo, retiró el sello de Hades del pecho de la joven deidad. Lo había conseguido.

Se las ingenió para volver sin ser visto por los espectros que ahora tenían doblemente vigilado el bar por instrucciones específicas de Aiakos. Apenas se mostró frente a sus compañeros, y Aiolia no pudo reprimir un puñetazo en el rostro del gemelo -¡Maldito traidor, no puedes negar tu estirpe, todo esto lo hiciste por egoísta y porque querías revolcarte con Rhadamanthys, nos usaste!- acusación que fue secundada por la mayoría reunida.

-No, escúchenme, estos días fui al inframundo a buscar...- trató de defenderse del ataque, pero inmediatamente fue silenciado -¡Ya no podemos creer en ti! ¡Tantas molestias solo para seducir a ese tipo! ¡Mientras nosotros sufríamos abusos, tú le meneabas la verga al enemigo! ¡Maldito seas por siempre! ¡Jamás fuiste uno de nosotros!- reclamó con furia el de Leo.

-Calma, deberíamos escuchar lo que está tratando de decirnos, yo también estoy molesto, pero decido darle el beneficio de la duda. Quien quiera escuchar, que se quede- con voz autoritaria se impuso Dohko. Considerando su edad, los demás callaron frente a las palabras del viejo maestro, pero los marinas salieron del recinto, seguidos por Shaka, Aiolia y Mu. Solo Milo y Dohko se sentaron a oírlo.

-Sé que no tengo derecho de pedirles nada, pero Athena nos necesita y con ayuda de Ikki podemos salvarla para proteger la humanidad- les pidió tras contarles con detalles su encuentro con Ikki y su reciente excursión a los Campos Elíseos. -¿Y qué es lo que hace falta para que todo esto funcione?- cuestionó Milo.

La audacia del gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora