XII. El último baile

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El joven de cabellos oscuros se acercó al gemelo, quien ya se había retirado el casco. Lucía bastante desmejorado, y tenía una gasa cubriéndole el ojo izquierdo.

-Sabía que tú también estabas con vida. Necesito de tu ayuda, Kanon, si es que todavía queda algo de honor en ti...- con voz áspera solicitó, mientras sus ojos se clavaban en el casco de orejas de gato. -¿Lo sabes?- sorprendido, el de Géminis agitó el objeto, recibiendo por respuesta un movimiento apenas perceptible de la cabeza del joven santo de bronce.

-No pierdo la costumbre de arruinar las oportunidades, Ikki. He cagado todo mi plan y ahora no sé cómo arreglar las cosas. Pero no es el punto, ¿qué ocurrió más allá del muro de las lamentaciones? ¿Por qué huiste? – con genuino interés cuestionó al otro.

-Ah, Kanon. Todos los demás murieron, pero mi hermano Shun hizo un último sacrificio antes de irse, y aprovechando su influencia sobre Hades, logró trasladar el alma de la señorita Saori a la pequeña escultura que guarda su armadura divina. Estoy seguro que Hades tiene el cuerpo de Saori, y sospecho que sé en dónde está. Pero no puedo ir al inframundo, ¿sabes?- los ojos del marina se abrieron como platos.

-Y la armadura con el alma de Athena...- Ikki sacó de entre su ropa el precioso objeto. -No estoy seguro de poderla resguardar por mucho más tiempo, me han buscado hasta por debajo de las piedras y cada vez es más difícil mantenerla a salvo- respondió el japonés mientras regresaba aquel tesoro a su escondite.

-Entiendo. Y sé qué es lo que quieres, pero tú deberás efectuar la mayor parte del plan, porque yo solo cometo un error tras otro, aunque no lo quiera- le aclaró, con cierto atisbo de vergüenza en sus palabras. Ikki le dio una palmada en el hombro. -Pues uno de esos errores es lo que te va a permitir entrar a liberar el cuerpo de la señorita Saori del sello que Hades le puso.

-¿Y cuál es el favor que vienes a pedir?- preguntó a quemarropa el griego. -Escóndeme en tu dimensión. Necesito descansar para seguir protegiendo el alma de Athena, allí no me encontrarán los espectros, y podrás liberarme en cuanto hayas cumplido tu parte del plan. -¿Tenemos un plan, Ikki?- con ironía enfatizó el mayor. -Cierra la boca y envíame. Estaré listo para cuando vuelvas a abrir el triángulo- tras lo cual, el gemelo obedeció y vio al Fénix perderse entre las dimensiones.

Sabía que su cosmos iba a atraer a los espectros que seguían buscándolo, así que se apresuró, y con la velocidad de la luz con la que solía correr en batalla, se alejó del sitio. No estaba equivocado: en un par de minutos había una patrulla de sirvientes de Hades buscándolo.

-Señor. El cosmos de Kanon de Géminis fue percibido en los perímetros del bar. No lo hemos hallado, pero es una realidad que se trataba de él- le informó el servicial Gordon a su superior, Rhadamanthys. En cuanto oyó aquel nombre, se puso de pie y colocó el casco con cuernos en su cabeza. -Vamos, tenemos que hallarlo.

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Había fracasado en encontrar al objeto de sus fantasías, por lo que, impotente, decidió desfogar su frustración como sabía hacerlo: era sábado y se dirigió al bar. Necesitaba que Gato Negro le hiciera olvidar con una buena sesión de felaciones. Al entrar, notó que Minos y Aiakos estaban en la mesa que siempre les destinaban a ellos.

Se sentó, exigiendo al mesero en turno, Milo, que le trajera suficiente alcohol para adormecer su fracaso. Casi media hora después era el turno de Gato Negro de aparecer, y aunque ya empezaba a aburrir aquel número, los espectros seguían aplaudiéndole y lanzándole piropos sucios.

Pero esa noche todo fue extraño y bastante diferente. El stripper jamás había mostrado su anatomía por completo al público, pero esta vez, en un ágil movimiento, arrancó su bóxer frente a Minos, quien, complacido con aquella insinuación, sentó al gemelo en su regazo para después plantarle un beso en los labios al mismo tiempo que acariciaba aquel falo medio despierto.

El público gritó enardecido por semejante escena, y muchos incluso pedían que el juez lo tomara allí frente a todos. Rhadamanthys estaba petrificado frente a lo que veían sus ojos, y por un momento pensó en levantarse e irse, pero descartó la idea y aguardó a que Minos tomara de la mano a Gato Negro para llevárselo a una habitación del hotel. Aiakos, aunque sentía algo de celos, comprendía la situación, pues junto con Griffon, habían planeado algo similar y esto era lo mejor que podía pasar.

Iban a entrar a una habitación, pero justo en ese momento una masa embistió a Minos: era Wyvern que estaba furioso y con suma violencia metió al bailarín a la habitación mientras Griffon se ponía de pie con una sonrisa en los labios. Una vez dentro del cuarto, con la rabia apenas contenida, asaltó los labios de Gato Negro, al punto que ese beso dolía.

-¡¿Qué crees que estás haciendo, idiota?! ¡¡ERES MÍO, ME PERTENECES!!- le gritó en los labios al gemelo, mientras lo sostenía de las muñecas contra la puerta. -Sí, soy tuyo. Pero tú no eres mío, eres de alguien más, ¿cierto?- respondió con un dejo de melancolía en su timbre de voz.

-¿Cómo? ¿De qué estás hablando? - cuestionó el juez, que lo analizaba con depredadora atención. -El otro día, me lo dijiste. Estabas borracho y dijiste que no me cogías porque no soy él. ¿Quién es él, Rhadamanthys? ¿Quién es ese en quien pensabas mientras me metías el plug en el culo hasta hacerme venir?

El agarre al que había sometido a Gato Negro perdió toda la fuerza. Y de pronto, aunque el casco le impedía ver los ojos de aquel hombre, pudo sentir la mirada dolida y vio una lágrima escurrir por una esquina de la mejilla de su amante.

Sintiéndose humillado como nunca en su vida, empujó a Wyvern y salió huyendo por la ventana, como solía hacer, dejándolo sin poder articular palabra. -Lo lamento, Gato, pero sí, es verdad... no eres Kanon...

La audacia del gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora