III. Infierno en el cuento de hadas

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Cuando cada uno de ellos se había convertido en caballero, la utopía de defender nobles ideales les había sido repetida hasta el cansancio. Todos estaban seguros de estar luchando por una causa justa, la misma que encarnaba la deidad que les había elegido: marinas y santos de Athena se lo habían mentalizado. Pero la realidad que los rodeaba los sobrepasaba.

Los espectros gozaban con verlos allí, vencidos y con sus almas igualmente quebrantadas. Rhadamanthys se había retirado tras el desaire que había recibido al asumir que Kanon correspondía la obsesión creciente por el cuerpo del otro que ocupaba su mente casi a diario.

-¿Estás bien, amigo? ¿te lastimó?- con preocupación murmuró Milo. El gemelo seguía tocándose los labios, limpiando la saliva ajena, contariado, aunque también descubrió con horror que algo en su interior había disfrutado del arrebato del juez. -Todo bien, escorpión, no voy a morir por un beso robado. Al menos usa una buena pasta de dientes, ¿sabes? Tuve peores besos- y ambos rieron. Hacía mucho que no se daban el lujo de bromear y sonreír.

-Aquí está la lista de todos los muertos registrados y sus tareas designadas- con una mueca burlona los miró aquel hombrecillo, Zeros, antes de leerles el terrible designio: -La razón de que hayan sido traídos aquí es porque trabajarán. Algunos irán a las tareas diarias de reconstrucción, y – se aclaró la garganta mientras esbozaba una risilla irritante- algunos de ustedes se encargarán de proporcionarle a nuestros hombres algo de entretenimiento carnal. Elegimos a los más hermosos para estas tareas, y hemos creado aquel bar con hotel para que puedan servir a los espectros que se los ordenen. -señaló un maltrecho local que, en los momentos previos a la guerra, debió ser algún tipo de bar lujoso y ahora debía ser reparado- dejaré la lista por aquí pegada.

Todos los cautivos se acercaron a leer cuáles eran sus funciones; leerse en la lista de trabajos de reconstrucción les causaba alivio. Pero no todos tuvieron la misma fortuna, y los afortunados miraron con compasión a aquellos que habían sido destinados a ser entretenimiento malsano de los verdugos. Mu de Aries, Shaka de Virgo, Milo de Escorpio, Aioria de Leo, Baian de Caballo Marino, Io de Scylla y Sorrento de Sirena habían descubierto sus nombres en aquella infame lista. Aunque también estaban incluídos Dohko, Krishna y Aldebarán para servir de guardianes de los nuevos sirvientes del placer, ya que por su apariencia física eran idóneos para sacar borrachos y para labores de mantenimiento en el bar. Kanon no se encontró en ninguna lista, pero no emitió comentario alguno, ya que sabía porqué no estaba allí: porque oficialmente no estaba muerto y no iba a hacer nada para cambiar ese estatus.

Los desafortunados elegidos se dirigieron al lugar que sería el escenario de su miseria, y comenzaron las tareas de limpieza. Sin que se lo pidieran, el ex Dragón Marino se unió a aquel contingente, y los espectros que vigilaban no pusieron objeción alguna al ver lo indudablemente hermoso de aquel hombre. -Kanon, ¿qué crees que haces? Deberías ir a los trabajos de reconstrucción, bobo.- le recriminó Dohko al verlo. -Oh, no, amigo. Ellos no saben que existo, así que pienso obtener información y mi instinto me dice que aquí podré hallarla- con una sonrisa zorruna respondió el peliazul.

¿Qué estará ideando Kanon? ¿Qué sucederá con los condenados a servir sexualmente a los espectros?

La audacia del gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora