VI. Voracidad

203 25 2
                                    

La conmoción entre el público asistente ese día no se hizo esperar, y los prisioneros del bar respiraron aliviados cuando los espectros murmuraban que querían follar con el Gato Negro y solo con el Gato Negro. Ya no veían con ningún interés al inmaculado Shaka o al insípido Aiolia, querían esta carne fresca y apetitosa que se les había presentado en un insolente baile en el tubo.

Aquel misterio que circundaba al stripper era lo que más los atraía: ¿quién podría ser aquel que se había atrevido a excitar al poderoso Minos de Griffon y que había besado apasionadamente al intolerante Rhadamanthys de Wyvern y había sido correspondido? El alcohol continuó filtrándose en las mesas del inmueble, y en la mesa de los jueces faltaba uno.

Aiakos, con recelo, observaba a Minos -tú también quieres ir tras ese sujeto, ¿verdad? – asaltó con una pregunta desconfiada al noruego, quien rió un poco antes de hilar su respuesta -Me puso caliente, claro que sí. Pero, ¿qué no viste cómo le gustó Wyvern al Gato Negro, y cómo fue mutuo? Espero al menos que estén cogiendo ahora mismo en algún baño. ¿Quieres ir al baño conmigo? – remató con descaro, a lo que Garuda solo pudo reaccionar escupiendo el trago de ron que recién había llevado a su boca.

Ante el anuncio que en realidad poco sorprendió al gemelo, quien habría calculado esa posibilidad, se puso de pie y con una seña le indicó a Mu que saliera del cuarto para que permitiera al juez entrar. Unos segundos más tarde, la estrella de la ferocidad estaba en la puerta mirando al stripper, sin perder ningún detalle del mismo ni del cuartucho donde estaba.

Apenas cruzó el umbral, y cerró la puerta tras de sí. El marina se relamió los labios e inmediatamente se abalanzó sobre el inglés. Esta vez el beso fue mucho más demandante de ambos lados, y solo se podían escuchar las lenguas combatiéndose frenéticas entre sí hasta que de ambas gargantas surgieron ligeros gemidos cuando se descubrieron tocándose mutuamente. Fascinado por la sensación de tocar a aquel personaje extraño y de estar siendo tocado, el juez separó sus labios para preguntar a quemarropa: -¿quién eres?

El santo dorado sonrió y se puso, sin aviso, de rodillas frente al espectro. Con destreza bajó la cremallera que tenía frente a su vista y liberó el gigantesco miembro que ya había despertado. La imagen surrealista de aquel sujeto con casco llevándose su verga a la boca hizo que Wyvern arqueara un poco su espalda. Qué fascinante reacción había tenido, y ello solo puso más retozón al gemelo, que no tardó en imitar los movimientos que había hecho él mismo en el tubo pero con su lengua en ese generoso y lubricado pedazo de carne.

Sintiendo su miembro ser recorrido por la lengua del extraño, el juez no pudo resistirse a imaginar que cierto hombre de cabellos azules era quien lo estaba haciendo trastabillar de placer. El simple pensamiento lo puso aún más caliente, y por inercia comenzó a mecer sus caderas al interior de la boca que lo acogía, gimiendo y gruñendo sin ningún tipo de recato.

Combinando la estimulación manual con deliciosas succiones, el gemelo consiguió que las piernas del espectro temblaran frente al inminente orgasmo. Abrumado ante tanto placer, la varonil y ronca voz del rubio inundó el espacio cuando eyaculó explosivamente en la boca del marina.

-Oh la lá, qué buena corrida, Rhadamanthys- se escuchó desde afuera a un Minos que, indiscretamente, había encontrado a su compañero, ya que tenían que marcharse. Al oír a Griffon, el gemelo se puso de pie mientras se retiraba con la palma de la mano el semen que escurría de la comisura de sus labios, y se dirigió a la ventana.

-Aguarda, ¿volverás a bailar el próximo sábado? – lo detuvo el inglés. Una sonrisa fue lo que obtuvo a cambio, para después verlo escapar por la ventana como el gato que simulaba ser. Rhadamanthys se limitó a ordenar su ropa para alcanzar a Minos, quien se sintió algo confundido al no ver al Gato Negro en la habitación.

Desde los escombros del edificio de enfrente, Kanon se quitó el casco y miró cómo los Kyoto se retiraban, pero sus ojos no pudieron apartarse del inglés. -Maldición...

¿Qué pasará ahora que Rhadamanthys ha mordido el anzuelo? ¿Realmente será él la presa, o será que Kanon acaba de cometer un grave error?

La audacia del gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora