XV. Rumbo al inframundo

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Esa mañana, en el hotel.

Aquel fatídico día los espectros habían levantado al despuntar del alba a los prisioneros del bar y los habían obligado a desfilar por las desoladas calles de aquella urbe sin nombre, los sacaron sin demora para conducirlos al campo de trabajo donde se reunieron con otros santos caídos, entre marinas, caballeros de bronce y plata y los santos de Asgard. Ninguno sabía cuál era su sino en aquellas oscuras horas.

Milo y Dohko no pudieron evitar angustiarse por Kanon, ya que les había prometido volver para echar a andar el plan de rescatar a Athena de los Campos Elíseos y ahora estaban muy lejos e imposibilitados de ponerlo sobre aviso de lo que acaecía en el lugar. Con suerte y se habría quedado a dormir con Rhadamanthys, pero no era una certeza.

No había pasado más de una hora cuando el gemelo apareció en el hotel, buscando refugiarse, pero su intuición le hizo sospechar que algo grave habría ocurrido, y recordó las palabras de Wyvern en la cama: los prisioneros serían desalojados. Contrariado por aquella traba al plan que había creado junto a Escorpio y Libra, decidió buscar en el edificio algún indicio por si habían logrado escapar.

Subió a toda velocidad a su dormitorio, dejando allí toda la indumentaria de Gato Negro. Se despedía de aquel estúpido personaje que solo le había traído dolores de cabeza y un corazón destrozado, y mientras guardaba el casco, un papel llamó su atención. Era aquella nota que el juez le escribiese cuando estaba interesado en él. La olió por última vez antes de arrojarla al suelo mientras se permitió llorar por el amor mal correspondido.

La hoja cayó cerca de la cortina con la que escondía aquel cuarto de la vista de los espectros, y súbitamente el marina decidió recogerla para quemarla. Lo que nunca esperó es que junto a la nota había una bota que sobresalía de atrás de la cortina: Minos estaba esperándolo e inmediatamente los hilos de la Marioneta Cósmica atraparon al griego, que no pudo ni siquiera reaccionar.

-Vaya, Gato Negro. Entonces todo el tiempo te escondías de nosotros aquí arriba, qué divertido debió ser el notar lo pendejos que fuimos. Dime, ¿te divertiste montando a Rhadamanthys? Si no hubiésemos sospechado que la clave para encontrarte era vigilar Caína, no te tendría aquí. Al final, no eres tan listo como te crees, Kanon. Eres solo un pobre diablo que con sus mentiras embauca a idiotas, como a Wyvern- con una siniestra mirada parecía quererlo atravesar. -Pero antes, permíteme llamar a Aiakos, te vamos a presentar a la persona que te entregó-.

***

Horas más tarde, en el campo de trabajo

En medio de aquella concentración de santos caídos, los espectros se veían sobrepasados por la cantidad de prisioneros que estaban siendo reubicados en el campo de trabajos de reconstrucción. Rhadamanthys se trasladó al sitio, y con su intransigencia habitual ordenaba a sus subordinados en dónde ubicar a estos y a los otros. No parecía nada fuera de lo común que terminase muy cerca del sitio donde los antiguos caballeros dorados esperaban su turno.

Sin ninguna provocación evidente, tomó a Milo del brazo, y tras darle un puntapié en el estómago, lo jaló a una orilla -¿¡Qué te pasa, hijo de puta?! ¿¡Por qué me pisas y ensucias mi reluciente surplice?!- tras lo cual lo empujó a un callejón. -Escucha, sé que eres amigo de Kanon. Él está en peligro, lo tienen Minos y Aiakos, y no sé cuánto tiempo le quede de vida ni para qué lo quiere Hades. Pero no puedo salvarlo yo, por eso te voy a sacar de aquí para llevarte al inframundo con los renegados, y ustedes deberán hacer el resto...- le explicó velozmente mientras no dejaba de vigilar a los alrededores.

El guardián de Escorpio parpadeó un par de veces, terriblemente confundido -¿Kanon no estaba contigo? Salió de aquí a buscarte, ¿por qué tendría que confiar en ti?- lo cuestionó con voz baja. -Porque lo amo y soy un maldito cobarde que arruinó todo, y seguramente preferiría la muerte que recibir mi ayuda después de la canallada que le hice...- Gruñó el inglés, sintiéndose inmediatamente avergonzado por las palabras que habían salido de su boca tras la ofuscación.

Milo abrió más los ojos, porque no podía dar crédito a lo que acababa de escuchar: era el único que sabía que Kanon y Rhadamanthys estaban enamorados el uno del otro, pero también sabía que el juez lo había hecho sufrir demasiado. -Somos dos. Dohko de Libra viene conmigo. Nosotros vamos a rescatar a Kanon-.

Una hora después, Rhadamanthys de Wyvern abandonaba el campo de trabajo en su carruaje. Había pedido que algunos prisioneros subieran un par de cajas de herramientas que estaban sobrando en el lugar y que sería mejor resguardar en Caína para evitar el desperdicio y el saqueo. Lo cierto es que había vaciado las cajas y sepultado las herramientas para esconder a Milo y a Dohko en ellas.

Cuando cruzaron Cocytos, el carruaje fue detenido, y el señor de Caína fingió tener temas pendientes con el guardián del sitio, Valentine de Harpía, quien ni tardo ni perezoso se presentó ante el juez, que caminó junto con el de cabellos rosas por la Octava Prisión, dejando su carruaje intencionalmente abierto.

-Vamos, Dohko, ahora es momento de liberar a los renegados...-

La audacia del gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora