XVII. Redención

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 Cuando Minos llegó a Giudecca, Aiakos aguardaba por él fuera del recinto. Apenas se acercó el séquito de espectros que venían escoltando y jalando las cadenas de Kanon, el de Garuda encaró al gemelo con todo el desprecio que sentía hacia su persona. En estos meses, se había sentido muy incómodo por los constantes comentarios con alusiones sexuales que Minos profería hacia Gato Negro; incluso en algún momento lo sintió un posible rival por el afecto y la atención del noruego.

     Por ello, al mirarlo de frente en el deplorable estado en que venía, lo abofeteó con la furia que había reservado para ese momento en su mente. No le dijo nada, solo le dedicó la más altiva de sus miradas. Minos se limitó a soltar una risita incómoda.

     -El señor Hades está allá adentro esperando a este idiota. Dejé a Rhadamanthys en Caína lo suficientemente mortificado sintiéndose culpable para atreverse a encarar a su amorcito. Dudo que se aparezca- le confió el nepalés a su compañero. -Bien, entonces no posterguemos la voluntad de nuestro señor- replicó Griffon, dando una suerte de aplauso que no emitió sonido.

     Con toda la pompa requerida, los jueces avanzaron hacia el corazón de Giudecca, encontrando a la deidad de cabellos ónix en su trono, siendo atendido con esmero por algunas monjas oscuras. Al percatarse del arribo de sus jueces, el dios les ordenó a éstas que se retirasen y con un ademán les indicó a los dos espectros que acortaran la distancia.

     Después de una reverencia, Minos lanzó a Kanon frente a ellos, provocando que el santo dorado cayera de bruces. Hades frunció una ceja -Minos, compórtate. No seas un salvaje con nuestro huésped- sancionó al juez con voz firme, al punto que el Griffon levantó en el acto al peliazul. La deidad descendió con parsimonia hasta hallarse frente a los jueces y el detenido.

     -Kanon de Géminis y de Dragón Marino. El mismísimo embaucador de dioses. Espero que hayas recibido complacido mi obsequio, que no era otro sino mi amado Rhadamanthys, no todos los días recibes un presente de esa calidad. Soy un dios benevolente con los que me juran fidelidad, incluso tengo más sorpresas para ti, querido- chasqueando los dedos, hizo que más espectros entrasen al recinto, el marina escuchó murmullos que no podía identificar del todo.

     Al enfocar sus ojos verdes al grupúsculo de sirvientes, pudo apreciar que traían a Mu, Aldebarán, Aiolia y a Shaka. Con sorpresa, vio cómo los acercaban, y notó la ídem expresión en sus rostros. -Quiero hablar de negocios contigo- fulminó el señor de los muertos.

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Rhadamanthys volvió presuroso a Caína, ocultando el casco de Gato Negro en un elegante armario de estilo victoriano que poseía llave para preservar su privacidad. Inmediatamente se puso en marcha hacia Giudecca, pero antes recorrió sus dominios hasta encontrar a alguien a quien necesitaba ver con urgencia: Saga de Géminis.

     Cuando estuvo frente a Saga, Dohko y los renegados, el espectro miró fijamente al gemelo mayor. Qué idéntico era a Kanon, pero a la vez, qué distinto. -Tranquilos, no viene a luchar, gracias a él Milo y yo escapamos- los calmó Dohko, al notar la turbación de la que fueron presas los renegados.

     -Saga. Necesito hablar contigo. En privado- requirió el juez, a lo que los demás presentes se apartaron varios metros al oír cómo enfatizaba lo último. -No tengo mucho tiempo, no sé qué le van a hacer a Kanon, pero quiero decirte algo, porque necesito que se lo digas a él cuando todo esto termine- comenzó a hablar, con desesperación en sus palabras, lo que no pasó desapercibido por el griego, que con un ademán lo instó a continuar su perorata.

     -Yo, Saga, aunque parezca algo improbable, me enamoré de tu hermano y por cobarde permití que nos tendieran una trampa. Él cree que lo traicioné, pero eso es solo parcialmente cierto- la mirada de Saga reflejaba un cóctel de emociones que iban desde el genuino asombro, el horror, la incredulidad y la ira -¿Pero qué...? Ay no, ustedes dos cogieron ¿verdad?, qué asco, es una imagen que no voy a poder sacarme de la cabeza. Pero dime, ¿qué es lo que ganas diciéndome esto? ¿Crees que si yo te perdono, él también? -lo cuestionó con impaciencia el gemelo. -No. Por favor dile que yo siempre estuve enamorado de él, que era correspondido...- bajó la mirada ambarina – y prométeme que si te ayudo, vas a asegurarte que él sea feliz aunque no sea conmigo- petición que sorprendió al peliazul, pero que aceptó tácitamente con un apretón de manos. Intentó sonreírle al juez, pero no pudo, no era el momento, aunque se sintió conmovido por ver al terrorífico Wyvern reducido a un adolescente enamorado por Kanon.

     Los renegados vieron cómo el espectro se marchó presurosamente, dejando al gemelo meditabundo pero convencido, más que nunca, de avanzar.

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La situación en Giudecca no era mejor. El dios del inframundo había pedido que soltasen a todos los prisioneros de sus cadenas. De cualquier modo, todos estaban muertos y no podían utilizar su cosmos, por lo que resultaban inofensivos.

     -Habla claro, esto no es gratis, ¿qué quieres? - rugió el gemelo mientras sobaba sus muñecas doloridas por los hilos de Minos y las cadenas. El dios le dirigió una gélida mirada, que si hubiese sido hielo real, habría congelado el recinto por completo.

     -En la guerra pasada, un santo de bronce escapó con algo que es muy importante para mí. Deduzco que ya sabes de quién hablo, de aquel que renace de las cenizas, Ikki. Al ser tú el único santo de Athena sobreviviente, necesito de tu cosmos para atraerlo. Serás bien recompensado, podría liberarlos a ellos- ofreció, señalando a los demás santos dorados, que gritaban desde su sitio a Kanon que ignorase a la deidad.

     -¿Y si los revives? A los doce dorados. Tienes mucho qué ganar y nada qué perder, Hades. Son inofensivos si Athena está muerta porque no portan sus armaduras, ¿no es así?- con un tono jactancioso y hasta sensual ofreció el gemelo -y a cambio haré arder mi cosmos para atraer a Fénix hasta aquí. Y si esto no funciona, te serviré para siempre. – con total seguridad en su voz ofreció el trato.

     -Vaya hijo de puta. Pero acepto, es un trato justo- sonrió maliciosamente el dios frente a las miradas atónitas de los demás santos dorados.    

La audacia del gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora